lunes, 2 de agosto de 2010

Diario de un perro azul (I)

Debo ser sincero, no fue un día como cualquiera.
Fue un día de abrazos y de canciones dando vueltas en mi mente. Un día de expectativas y promesas lanzadas por la imaginación al viento, como cuando juegas en la ruleta o ingresas tu dinero en la bolsa. Uno de esos días en que confías en las probabilidades, en el azar, en la conjunción adecuada de los planetas, en el comportamiento de los peces, en el movimiento de las olas del mar.
Ayer te odié un poco, debo decirlo. Te odie mientras dormitabas frente al televisor, por estar allí dormitando tan tranquilamente mientras yo no podía pegar los párpados. "¿Dormiste también?", me preguntaste luego que despertaste. "Sí", mentí e intenté esbozar una sonrisa.
Por la tarde (era ya tarde) mientras me movilizaba camino a casa iba pensando en mil cosas. También pensé en ti, está demás decirlo, pero ya de una manera diferente, casi global y hasta podríamos denominar genérica. Pensé en ti no como el eje alrededor del cual gira el microcosmos de mi imaginación, sino como uno más de los planetas destinados a estar unidos a mi órbita.
Somos planetas tú y yo, unidos por lazos invisibles, pero pertenecemos cada uno a una órbita distinta.
Y el simple hecho de saberlo me dio la tranquilidad que requería para poder conciliar finalmente el sueño.

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