martes, 29 de enero de 2019

¿Tienes tú un asunto no resuelto?

"¿Tienes un asunto no resuelto?", me preguntaste mirándome a boca de jarro.
"¿A qué te refieres?", dije.
"No sé, alguien, en tu pasado, presente, algún asunto inconcluso, una historia sin cerrar, una sombra".
Levanté los hombros, esbocé una media sonrisa y puse mi mejor cara de tonto.
Las sombras son solo eso: sombras. Reflejo imperfecto de una realidad que tiene una vida propia.
Las sombras se alimentan de los temores, de los asuntos no resueltos, de tus traumas de tu pasado y del mío: sobreviven ocultas entre las volutas del humo de los cigarrillos que fumas y las oquedades secretas de mi corazón.
"¿Y?", exclamaste.
"Y qué", dije
¿Tienes o no un asunto no resuelto?".
Tengo miles de asuntos no resueltos. Tendría que tener un dispositivo borrador de recuerdos para no tenerlos, ser poseedor de una máquina que me permita viajar en el tiempo y eliminar aquellos espacios de mi vida que te parecen incómodos, hacerme una lobotomía que en el mejor escenario me deje con aquellos recuerdos que puedes tolerar, que le dan tranquilidad a tu sombra y difuminan la mía.
"¿Tienes tú una sombra?", pensé en silencio. No me animé a preguntar. En ocasiones es mejor no apretar el gatillo.
"A las palabras se las lleva el viento", dijeron las palabras.
"¿Y al viento? ¿Al viento quién se lo lleva?", preguntó el viento.

domingo, 27 de enero de 2019

Para cuando despiertes (3)

Podría escribir sobre este aspecto
como uno de esos temas recurrentes
como aquella melodía inconclusa
la poesía que jamás te animaste a escribir
las palabras que tuviste miedo de expresar.
y jamás dijiste, y ahora es tarde.

Mi madre duerme
(no importa si en forma real o ya más alejada de lo terrenal)
y yo sigo esperando que despierte
que esos artefactos luminosos que llamamos ojos
se enciendan una vez más
para extraviarme en sus pestañas inmensas
y encontrarme una vez más en el calor de su abrazo
de sus latidos
de su corazón.
Mi madre duerme, no la despierten.
Ella está agotada, me lo dijo la última vez que conversamos
"Estoy cansada de luchar".
Yo le pedí no cesar de hacerlo.
"Tienes que comer, tienes que vivir", reclamé.
Ella lloró bajito, casi en un susurro.
"¿Tienes miedo a la muerte?", pregunté.
"Sí", contestó de modo casi inaudible.
Luego nos perdimos en uno de esos silencios
tan nuestros, tan suyos, que podían durar minutos, horas
fundidos uno al lado del otro
donde nos entrelazábamos sin apenas tocarnos
"Está bien hijo", me dijo al rato, "comeré".
Y bajó a la cocina.
Algún rato después escuché el sonido de tazas y platos
Sus pasos eran lentos, cansados.
La noche era tibia. Las horas pasaron unas tras otras.
Subí a verla algún tiempo después.
La abracé por encima de su cobertor, hasta que se quedó dormida.
Al retirarme, subí a verla una vez más.
Tenía la luz apagada, dormía.
"Hasta mañana mami", le dije haciendo mucho ruido para despertarla.
"Hasta mañana hijito", contestó.
Fue la última vez que hablé con ella.
Mi madre está dormida, les digo.
No importa la forma que adopte su sueño.
Si es en el presente, en el pasado o en la volutas de su voz que se van extraviando entre los resquicios de su recuerdo.
No la despierten. No esta vez.
Ella duerme.