miércoles, 28 de noviembre de 2018

Medias rotas


Te voy dejando de extrañar, y eso me preocupa.
Porque te quedarás guardada en una esquina de mi caja de zapatos,
junto con mis primeras cartas de amor, con mis fotografías más íntimas y al lado de mis recuerdos más queridos... pero olvidados.
Serás como un viejo álbum de fotografías, que hojearé de cuando en vez, cuando tomando café en algún lugar con los amigos, rememore los tiempos idos.
Te colocaré en el rincón más oscuro de mi cómoda,
en el último cajón de la izquierda, donde guardo las ropas que nunca voy a utilizar,
pero que jamás serán regaladas o donadas a un tercero.
Serás la ropa vieja oculta en el fondo de mi cesta de prendas viejas: un par de viejas y raídas medias rotas, que algún día quise  zurcir, pero que nunca llegaré a utilizar...

Alone

Nunca me he sentido solo, es extraño, pero de pronto he empezado a sentir esa sensación en el pecho, en los hombros, en el infinito, en el vacío.
Nunca he extrañado estar rodeado de gente, pero de pronto ha surgido en mi la necesidad de contacto, de una mano estrechando mi hombro, de una mirada, una palabra, una sonrisa.
Nunca he añorado la vida, pero de pronto me sorprendo pensado en cómo sería, si me animara, si te animaras, si nos animáramos...
a
v
i
v
i
r
l
a.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Yes, I do really miss you

Me preguntaste la vez pasada si realmente extrañaba no estar contigo.
"No te extraño", te dije mirándote a los ojos.
Mentía, como no extrañar esas particularidades que componen cada resquicio de tu ser: la manera tan tuya en que inicias una carcajada (y cómo la terminas), tu combinación de olores y perfumes que nunca consigo distinguir, las imperfecciones de tu piel que me parecen perfectas, esa manera tan tuya que tienes para referirte a mi una vez que he conseguido desarmar tu caparazón, cuando te permites ser tú.
"No te extraño", te dije mirándote a los ojos.
Pero sabía que mentía. Incluso desde antes de terminar la frase empezaba a extrañar el no haber dicho precisamente lo contrario. Extraño oírte hablar de tus películas bobas, de tu amiga insulsa que se visualiza sensual, de tus aventuras con los zapatos y las carteras, de aquel libro que nunca leíste y aquel otro que jamás tendrá una oportunidad. Del cofre perdido que contiene el corazón de tu abuela, de las paletas que no compramos, de los lugares que jamás fuimos, del noviecito que conociste a los catorce y terminó contigo cuando cumpliste los dieciséis.
"No te extraño", te dije mirándote a los ojos.
Pero mentía. Quería decirlo en todos los idiomas, en inglés Yes, I do really miss you, en francés Oui, tu me manques vraiment, en alemán Ja, ich vermisse dich wirklich u holandés Ja, ik mis je echt. No obstante permanecí en silencio. Vi como te inclinabas hasta el suelo y recogías con parsimonia y delicadeza tu caparazón. Protegiste tu cuerpo desnudo con su antigua armadura.
"Hasta mañana entonces", respondiste. Y te marchaste emitiendo un bufido.
Esperé hasta que cerraste la puerta (con un golpe). Me ajusté el caparazón a la cintura, al pecho. Luego me dirigí en dirección a tomar el tranvía, silbando.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Se prohíben las caricias y los besos

Aquél bien podría haber sido el lema que acompañó mi niñez. Entre nosotros no estaban permitidos las caricias ni los besos. Apenas el brusco apretón de manos con el que nos despedíamos una vez finalizadas las reuniones familiares. Hasta el día en que perdimos a la pequeña Raquel. Ni bien te divisé a lo lejos pude sentir que algo había cambiado. Nada de tu antigua rudeza quedaba: tu mirada humedecida, la boca torcida de una manera grotesca. Llegué hasta a ti a tiempo para sostenerte entre mis brazos que de pronto se convirtieron en fuertes tenazas. A tiempo para ocultar la explosión de tu llanto que se desparramó entre mis hombros. Entonces comprendí que también tú habías muerto.

Odio


La verdad sea dicha: estoy harto de esta situación, harto de buscar trabajo hace más de medio año y no poder conseguirlo. Harto de mantener una deuda de casi cinco mil dólares con la universidad que no se de qué manera voy a comenzar a pagar. Harto de no comenzar a dar frutos. De que en mi casa me observen con una mirada de inversionista que se da cuenta que sus acciones no valen nada…. Estoy harto de tocar puertas, que no se tomen siquiera la molestia de sacarme a patadas o cerrármela en las narices sino que sean tan malditamente amables, que me prodiguen esas sonrisas que odio y de la manera más educada del mundo me digan sin necesidad de hacerlo “pues se va usted muy a la mierda”
También estoy cansado de otras cosas: de no poder ser tan valiente de coger una pistola y pegarme un tiro, de estar incapacitado para ello. De ser una especie de inválido mental para el suicidio. Odio  también los cientos de libros que inútilmente atesoro en mi habitación (la mitad de ellos  ni siquiera he leído)  y que me rehúso a vender para comprarme ese par de zapatos que debería remplazar a los que uso y que se vuelven cada vez más incómodos. Odio cuando alguien me dice que tiene menos de veinte, porque yo estoy en la puerta de cumplir los treinta y no tengo nada de lo que supone tendría al cumplir esa edad: una casa frente al mar,  un auto último modelo, una esposa de piernas larguísimas y dos perros falderos que me ladren al llegar a casa. Odio las reuniones familiares donde el clásico comentario de “muchacho como has crecido” ha sido reemplazado de un tiempo a esta parte por “¿y estas trabajando en algo ahora?”. Pero de todo y todos odio más a Gabriela, sus poses de pseudo intelectual que nunca se enamora y que tira conmigo cuando le place. Odio cada uno de sus gestos, odio que me sea tan necesaria cuando me deprimo y tan obsoleta en mis momentos de felicidad. Odio no poder dormir sin antes escuchar su voz que luego me deprime. La odio por insulsa, por tener las piernas muy gordas, por sus pestañas larguísimas, pero sobre todo por su sonrisa. Por esa sonrisa que adoro, la odio.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Azul











                                                                          






“L’Art c’est l’azur”.Víctor Hugo.
Soy azul, como el viento
como la luna, como el mar y como las aves.
Azul como el pensamiento, como la tristeza.

Soy azul. Como la  nostalgia, como la risa tenue
como una tarde de invierno
como el silencio y como las lágrimas.
 Azul como la marea, como la brisa al caer la noche.

Soy azul, como el amor –el verdadero-.
Como la soledad, como la compañía
como la vida y como la muerte.
Azul como los sueños, como el placer, como un abrazo.

Soy el pensamiento oculto
la palabra mal dicha que se esconde
el grito callado que ansía ser libre
y que cae en el papel del olvido, rendido.