viernes, 17 de junio de 2022

Llama el teléfono, Delia

A    Julio C., por las lágrimas . 

Tenía los ojos aguados desde antes de terminar su lectura. Su mirada recorrió la última frase, palabra, sílaba, letra, punto.

Cogió su teléfono, no se abría “maldita clave”, pensó. “Siempre la olvido”.


Busco en su agenda aquel número telefónico, vetusto, en desuso. Lo marco silenciosamente. Entonces se percató que su memoria se había negado a olvidarlo todo este tiempo. 

La llamada no conectó. Marcó otra vez. Esta vez si escuchó el sonido de la conexión y el timbrazo, al otro lado de la línea. Un timbrazo extraño, que en nada se parecía al timbrado de un teléfono tradicional y que le hacía pensar en la escuela y la vez que lo llevaron a conocer a los payasos en el circo. 

Esa tonada, aquella tonada… tonta y graciosa a la vez.

De pronto el teléfono dejó de repiquetear. Se quedó enmudecido con el celular pegado a su oreja, intentando captar cualquier sonido. Se escuchó como un baboseo, como si alguien se hubiera metido el auricular en la boca y estuviera impedido de hablar.

“Te he dicho mil veces que  no te metas ese juguete a la boca, Babe”, dijo Delia mientras apartaba con suavidad el juguete que no cesaba su repiqueteo. 


viernes, 1 de abril de 2022

Shall we dance?

En la comedia original de 1937, Fred Astaire se las ingenia para introducirse en un barco donde viaja Ginger Rogers, de quien se ha enamorado perdidamente. Fred Aistare no ha queda rendido de sus encantos, que los tiene, sino de su baile. Juntos son como un juego de maravillosas sombras bailando sobre pedazos de algodón esparcidos en el suelo.
La atracción, no proviene de sus encantos, que los tienen, ambos, sino de su espectacular manera de bailar. Like a swan.
He visto esa película infinidad de veces hasta convertirme en un trasnochado admirador de esa pareja. Me imagino a Ginger Rogers sonriendo, diciendo al oído de Fred Astaire mil y un frases maravillosas, mientras sus cuerpos se contonean al unísono, al son de un compas que pareciera llevarse el último aliento de sus corazones, como si de pronto, cualquier atisbo de insatisfacción se volviera inócuo, y se encontraran frente a una disyuntiva que se reduce a la siguiente pregunta: ¿Por qué detenernos si podemos seguir bailando?
Mi caso es completamente distinto.
Hay gente que no sabe cantar, dibujar, componer o declamar. Hay personas a quien les aterrorizan las responsabilidades o los hijos.
Solía tener parte de lo anterior. Pero además de ello, está lo otro. No sé bailar.
En vano me he matriculado en un sinúmero de academias que insumieron mi tiempo y me quitaron fácilmente el dinero. 
A veces me imagino a mí mismo bailando. En mi mente, mi cuerpo se mueve al compás de la melodía, de forma armoniosa. Casi ecléctica, 
Pero es solo un pensamiento, la realidad se hace cargo de demostrarme lo contrario. 
He salido con chicas bellas, que me llevaron a bailar y jamás a la cama. Supongo que el desencanto del baile fue el anticipo de que sino sabe mover los pies, no estaba garantizado un sexo satisfactorio. 
Hay gente que no sabe cocinar o no le gusta leer. Algunos no son buenos para los deportes.
Yo no soy bueno bailando en la vida real, pero vaya que si lo hago en mis sueños, cuando cierro los ojos y la melodía empieza a sonar y escucho esa voz inconfundible de Ginger que me dice: Shall we dance?

sábado, 12 de febrero de 2022

Somewhere

Aunque  no lo crean

En algún momento y lugar

Hubo un tiempo 

En que fui feliz.

Y no lo sabía.