Lo descubrió de sopetón
como un baldazo de agua fría en invierno.
No era otra cosa que una simple
constatación de la realidad
que gritaba a su oído
"no se puede pretender mantener una quimera".
Debía dejar de luchar contra dragones de fuego
acostumbrarse a su caverna
a la impúdica compañía de su sombra.
Esa canción era un anticipo
de lo que vendría muchos años después
luego de la extinción del recuerdo
de tu mano enredándose en el palpitar de mi sexo.
Tenías razón: somos uno, pero no el mismo.
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