sábado, 12 de noviembre de 2011

Como en los libros


Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.
                               Joaquín Sabina 

Hace no mucho me encontré con una de esas viejas compañeras que, durante nuestros años de escuela, se jactaba de vivir las cosas de manera intensa. Tenía en esos tiempos un noviecito de esos al que ella adoraba con una devoción que casi rayaba en lo novelesco. Las personas de la escuela decían que no había cosa más perfecta que la conjunción de ambos. Todos deseábamos en silencio parecernos un poco a ellos. Para las demás parejitas que iniciaban, ambos, eran su molde a seguir, el patrón con el que se medían uno a otro.
Vivían un amor de esos que solo se han escrito en los libros, en los que la existencia de uno era justificación del otro. Era muy peculiar verlos los fines de semana en el parque, al lado de la municipalidad, ya sea manejando bicicleta, compartiendo un helado o recostados sobre el mullido pasto leyendo un libro. Siempre se estaban riendo o se estaban besando.
Cuando terminamos la escuela, supimos por terceras personas que ambos ingresaron a la Universidad el mismo año... luego les perdimos el rastro. En ocasiones cuando coincidía con algún antiguo camarada intentaba indagar qué había sido de ellos. Pero nunca tenían noticias nuevas, apenas algunas vagas conjeturas que siempre comenzaban mas o menos de la siguiente manera: "tienen que estar todavía juntos ¡si eran la pareja perfecta...!".
Hasta el día que me topé con ella mientras tomaba un café en el centro comercial. La reconocí apenas la vi. Tenía todavía algo de ese aire de grandeza que hacía que las chicas menores la imitasen: desde su peinado hasta su forma de vestir.
- ¿Te acuerdas de mi?
Ella me sonrió y luego de observarme por un largo rato, fue aventurando nombres, hasta que por fin, después del número 23 dio con el mío.
- Pues claro que me casé - me respondió luego del segundo café.
Me contó que había vivido durante toda su etapa universitaria el amor más intenso que hubiera podido imaginar. Luego, él tuvo que viajar para hacer unos estudios de doctorado a Londres, de modo que decidieron darse un tiempo hasta su regreso. En el ínterin ambos salieron con una serie de personas hasta que finalmente ella conoció al que ahora era su esposo. No sabía que había sido de la vida de él. Le pregunté si seguía viviendo de manera tan intensa como en la escuela.
- En la vida hay dos tipos de hombres -me dijo-  los que te hacen vivir de manera intensa, como en los libros; y, los que te llevan al altar. Yo escogí al adecuado.
La miré nuevamente a los ojos. De pronto noté que había desparecido algo de su antigua grandeza. Sus facciones estaban contrechas, tenía unas arrugas bajo los ojos, su cuerpo se había engrosado y a toda vista había comenzado a engordar. Ya no me parecía tan bonita.
Me despedí a los pocos minutos. Sentía una extraña opresión en el pecho. Manejé a toda velocidad hasta llegar a mi casa. Mi mujer veía televisión enfundada en un grueso abrigo de lana.
- Hola gordo -me dijo. Tuve que comer con los niños. Tu comida esta sobre la mesa. Esoty muerta. ¿Cómo te fue?
Me acerqué a ella sin que se diera cuenta y la abracé por detrás. Cuando volteó, tenia su rostro pegado al mío. Miré su cabello blanco, sus facciones todavía hermosas.
- Te amo porque me haces vivir la vida de una manera intensa -le dije.
No me contestó. Pero por la humedad de su mirada supe que no necesitaba respuesta.

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