viernes, 17 de febrero de 2012

Fridiedago



Si quisiera compartir
una alegría (sabiendo que el que me escucha será feliz)
o quisiese vomitar una pena,
sangre (sabiendo que sangrarás conmigo)
trataré de buscarte lo menos posible en esos días.

Llegaste a mi vida de una manera casi casual. Casi predestinada. Casi mágica.
Esperábamos el llamado para rendir aquel examen. No sé en que momento nuestras miradas se cruzaron y comenzamos. Imagino que te hablé de Javier Heraud y tú mencionaste a Kundera. O tal vez a Frida Kahlo. La verdad, no recuerdo. Pero siguen grabados en mi memoria tus cuadernos, tus dibujos colores, tus poemas que me hacían recordar a Luis Hernández.
Recuerdo tu risa. Esa manera espontánea y atronadora que tenías de sonreír. Tan maravillosamente única. Que escandalizaba a los pájaros y hacía que la ardilla que merodeaba entre los árboles de la universidad huyera despavorida.
No sé en qué momento nos hicimos amigos. Yo te veía desde lejitos. A veces me pedías que te acompañara a ver una película en el cine. Otras, a comer una hamburguesa. O a dar una vuelta en la playa, donde alquilaríamos uno de esos pequeños botes en los que te gustaba perderte en el mar.
Yo te decía que no, que tenía mucho que estudiar, que ya tenía planes, que mejor después, que se estaba mejor en la universidad. Era más sencillo inventar una excusa a tener que explicarte que el dinero que llevaba en el bolsillo apenas era suficiente para pagar el colectivo que me llevaría de vuelta a mi casa.
No, tú no comprenderías esas cosas. Con tu costosa educación en el Markham, con tus fiestas en la Molina, tus compañeros que tenían menos años que yo y ya manejaban sus propios actos. Después me di cuenta que no te juzgaba a ti, sino a mi mismo.
Recuerdo esos días. Esos grupos de amigos riendo, paseando sonrientes por los pasillos de la universidad. Planeando excursiones, salida o fiestas. Yo los miraba de lejos, intentando captar alguna palabra, algún retazo de sus conversaciones que me permitiera sentirme incluido al menos por unos minutos. Creo que fue entonces cuando comencé a huir. Luego aprendí a estar solo.
Recuerdo la ocasión en la que me invitaste a estudiar en tu casa. De todas las cosas tengo grabadas en mi cabeza la biblioteca de tu abuelo, las historias que de él me contaste, la mesa tallada sobre la que estudiamos, los libros de poesía que leímos entre cada intermedio de los examenes de laboral y tributario. Recuerdo que te quedaste dormida.
Tal vez tú eras la primera mujer con la que he dormido sin acostarme. Estoy seguro que me comprendes.
Recuerdo cuando murió Cecilia. En algún lugar escribiste "tú no querías que fuera, pero igual fuimos". Me hubiera gustado estar contigo cuando perdiste a tu padre. Me gustaría mucho estar contigo ahora.  Decirte, vamos a la playa, vamos a mirar el mar. Acerquémonos riendo a aquél pescador, llevemos una botella de vino. Carguemos en el bolso un poco de poesía y rentemos un bote.
Eres la única persona que ha podido trascender mi misantropía. Perdona. Sé que no soy un amigo convencional.  A veces estoy. Hay temporadas enteras en que desaparezco. Pero te quiero. No lo dudes. Eso no. De verdad que te quiero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido chochera...en resumen...qué lindo que nos queremos!!!

te mando un abrazo a la distancia, un gracias

yo recuerdo el día del examen de admisión, me contaste de ti, te conté pokito de mi, luego nos vimos en la reunión, eramos 5 gatitos, entre ellos nuestro otro chochera del alma, armamos un grupo lindo!!!

recuerdo clarito tirados en la palaya de piedra luego del examen de laboral, mirando el mar, pensando en ella, leyendo nuestros cuentos...

ah

chochera

mil gracias

Fridiedago