viernes, 3 de junio de 2011

Ella murió de 26

“¿Qué se puede decir de una chica de veinticinco años que murió? Que era linda. Y brillante. Que le gustaban Mozart y Bach. Y los Beatles. Y yo. Una vez, cuando me mezcló adrede con esos tipos musiqueros, le pregunté en qué orden me colocaba y ella contestó sonriendo: "Alfabético". Yo también sonreí entonces. Pero ahora que lo pienso bien, desearía saber si me ponía en la lista por mi nombre de pila -en cuyo caso estaría detrás de Mozart-, o por mi apellido -en cuyo caso estaría entre Bach y los Beatles-. De cualquier modo no me tocaba el primer puesto, lo que por alguna estúpida razón me perturbaba hasta sacarme de quicio (…)”
Erich Segal. Love Story.


Ciudad de Piedra, 04 de junio de 2011

Querida Cecilia

¿Llegará esta carta a su destino?
Te escribo porque no encuentro otra manera, además de mis sueños, de comunicarme contigo.
En los sueños soy un muñeco de las circunstancias, donde me enredo en tramas absurdas y jamás termino diciéndote lo que quería, como en ese cuento de García Márquez que era nuestro favorito y lleva entre sus letras el color azul.
Es cómico y patético a la vez que este sea el titulo de un cuento que intenté escribir por muchos años hasta que finalmente lo logré.
Es cómico y patético también que de pronto se estén desarrollando una serie de eventos en mi vida y de pronto me sienta más solo que nunca. En la más profunda orfandad del extravío. Y el desvarío, como diría Daniel F. Dicen que estoy acompañado, pero la verdad me siento muy solo. Podría ser una copla o la melodía de un vals, pero así me siento.
Parece increíble que dentro de unos pocos días se cumplan 10 años desde que te marchaste. Sin notificación previa o pre-aviso que valga: un día regresé de mis prácticas y mi cuñada me comunicó que ya no estabas. "Eduardo, me dijo, te voy a decir algo pero tienes que ser fuerte: Cecilia ha muerto".
Te pido perdón, Cecilia, porque en ese momento fui terriblemente imbécil, absolutamente mortal y pensé: "si es Cecilia esta bien, lo peor hubiese sido que sea mamá".
Uno no está preparado para ese tipo de noticias y por supuesto yo no lo estaba. Han pasado 10 años y todavía no lo estoy.
En ocasiones recuerdo poco de ti, mi memoria va construyendo a modo de red de pescador remendada la historia de tu existencia. Pero en mis sueños eres vívida, completamente real y palpitante.
Si, Cecilia, te suelo soñar demasiado. Mi madre dice que te comunicas de alguna manera conmigo. Yo, la verdad, no sé si es tu deseo de comunicarte con alguien lo que me hace soñarte con tanta frecuencia o es algún tipo de culpa que a modo de espina me carcome el corazón.
Toda la semana pasada por ejemplo te he soñado.
Es contradictorio porque soñarte me mantiene de alguna manera ligado a ti, a tu memoria, al recuerdo de cómo eras. Pero al mismo tiempo soñarte me coloca de golpe frente a la realidad, una realidad en la que tú ya no estás y nosotros sí.
Y que duro es despertar y no hallarte, Cecilia. Y que duro es despertar y saberse solo y darte cuenta que fue sólo un sueño, que ya no estás. Nunca más. Nevermore, diría el cuervo de Poe.
Mi madre dice que estás en el cielo. Yo no sé si creerle a mi madre o a los curas con quienes he platicado sobre las consecuencias de tu proceder. En todo caso, dondequiera que estés te imagino siempre como te vi en esos últimos días: con tus dos colitas lado a lado, desprovista de maquillaje, embutida en un pantalón de lana marrón y una inmensa chompa que había pertenecido a mamá y de la que te apoderaste.
Para nosotros no había trajes elegantes ni maquillaje elaborado, Cecilia. Eras tú, de la manera cómo te levantabas y de la misma manera en que, por la noche, te ibas a dormir. Nosotros no importábamos o al menos eso querías hacernos pensar.
Quizá el tiempo ha deformado el recuerdo que tengo de ti, Cecilia, pero a veces asoman a mi mente recuerdos extraños, recuerdos en los que capto de pronto una mirada, un movimiento de tus inmensas pestañas, en los que de pronto tus labios se entreabren y se muestran amigables, en los que tu mano tapa tu boca que se perfila en forma de grito y que al final termina por convertirse en una vibrante carcajada, donde te ríes de nosotros, te ríes con nosotros, Cecilia. Y ya no existen más los rostros adustos en la mesa, ni tu mirada pétrea clavada en el borde de la mesa, sino solo sonrisas y más sonrisas compartidas.
Hay ocasiones en que no puedo dormir y me pongo a pensar en ti hasta que de pronto me doy cuenta que ya amaneció. Hay otras, donde me embadurno el alma de pastillas que me transportan a lugares ignotos de donde despierto como si acabara del beber las aguas del mágico leteo: sin recuerdos.
Pero por lo general no dejo pasar un día sin que piense en ti, Cecilia.
Yo no tengo una idea muy clara del cielo y el infierno. O del purgatorio. O de una escena como en la novela de Dante. Mi visión de las cosas es más terrenal y mundana: ella ya no está y su ausencia me agujerea el pecho a diario.
Van a cumplirse 10 años, Cecilia, que rápido pasa el tiempo, caracho. Hoy casi tendrías 36 y estarías peinando, probablemente, sólo probablemente, tus primeras canas. Quizá estarías casada, quizá tendrías hijos. Quizá sería tuya esa hermosa niñita de vestido organdí que en ocasiones descubro espiándome en mis sueños.
Leo de pronto una página al azar de mi viejo diario y de pronto caigo en la cuenta que las cosas no han variado mucho desde que te fuiste. Todavía conservo ese saco marrón que me protegió del frío mientras esperaba por ti, en la calle, afuera, frente al edificio de la morgue. Todavía conservo muchas imágenes y vivencias de esa fría semana de junio en la que te fuiste, en la que el viento me taladraba tu nombre.
Debo reconocerlo, Cecilia. Pueden haber pasado 10 años, pero el viento todavía me grita tu nombre.
...
...
17 junio de 2001 (extracto de un diario)
Estamos 17 de junio, y han pasado tantas cosas en mi vida.
Mi hermana, mi vida –porque uno a veces no sabe quiénes representan pedazos de su vida hasta que la pierden- falleció el miércoles 6 de junio. Tenía sólo 26 años. Mi compañera de toda la vida, con quien pasé una infancia feliz. La creadora de todos mis juegos, ella, no está más.
Simplemente decidió no vivir más sin amor, porque –ahora lo sé- las personas morimos en vida también cuando no tenemos el amor que deseamos.
No puedo escribir mucho. El ánimo me ayuda muy poco.
He pedido licencia en el trabajo hasta quincena de julio. Ni trabajar bien puedo por estos días.
Aún hoy, se me hace difícil hacerme la idea que no oiré más su voz, que no veré más su delgada figurita paseando por las calles, que sus graciosas colitas con las que a veces adornaba su rostro, no ondearan más con el viento...
Y como leí alguna vez, no sé en donde, no puedo dejar de pensar a cada momento en ella: el viento me grita su nombre.
(...)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Chochera, recuerdo un día mágico que me contaste de las aves rescatadas que vivian en tu jardin...recuerdo clarito casi su imagen, casi un sueño!!!!!!
Recuerdo también chochera, recuerdo junio también...jóvenes aún mucho más jóvenes con la ausencia inmensa ...terrible ausencia que paradójicamente siempre esta presente en el presente...mi papá murió un 26 de junio...mira tú que coincidencias...un abrazo fuerte chochera...por los sueños que aveces nos consuelan con la presencia con la alegría, con lo mejor de ellos...
Esa tarde alguien a quien seguramente aún amamos mucho me contó, no quiere que nadie sepa, no quiere ver a nadie...igual fuimos...igual te dimos un abrazo muy fuerte...igual fui a despedirme de ella y de sus pajaritos y del recuerdo que tengo de ella sin conocerla personalmente pero ya querièndola por todo lo que me contabas de ella...

abrazos chochera

kuinzito dijo...

Si alguna idea tengo de cielo, de SU cielo personal, debe ser un lugar repleto de animales, rescatados, deformes, maltrechos, rechazados por sus dueños y la sociedad, pero jamás por ella. Si hay un cielo, ése debe ser el de ella.
Ese día, recuerdo clarito ese día, como si hubiera tomado mil pastillas, hasta sonreía. No podía llorar. Debía saber desde entonces que la pena es un animal que se alimenta del recuerdo y del tiempo.
Gracias por ese día, por no hacerme caso, por estar.
Gracias por hoy. Gracias por quererla sin conocerla, a ella y sus pajaritos. Necesitaba tanto una voz amiga.

Anónimo dijo...

chocherìsima otro ABRAZO FUERTE!!!!

También girasoles ...ah qué lindo