domingo, 19 de junio de 2011

Carta abierta a mi padre en su día


Querido padre:
Te escribo esta carta sin conocerte apenas. Llevamos el mismo nombre pero nos separa una vida entera (la mía), un destino y probablemente, una eternidad que se avecina (la tuya).
A veces pienso en la idea de ser padre y me aterra. No por el hecho de serlo, que me encantaría, sino por la posibilidad de no estar debidamente preparado para ello. Las personas aprendemos de la experiencia, viendo a los demás o equivocándonos. Las dos primeras posibilidades me están negadas: soy demasiado joven, no tengo hijos todavía y -como bien sabes- carezco de un modelo de figura paterna al cual pueda seguir hasta hacerlo mío.
Pareciera que mi única opción es la posibilidad de ensayo error. Sin embargo es precisamente esa posibilidad la que me aterra. ¿Es posible pretender aprender en la marcha cuando no se cuenta con modelos cercanos que uno pueda imitar?
Durante muchos años mis modelos de figura paterna han sido personajes de libros o artistas entrañables del teatro o la televisión.
Recuerdo cuando era pequeño y se celebraba el día del padre en el colegio. El patio central se llenaba de juegos padre-hijo y todo tipo de actividades para compartir un momento en familia. Yo había descubierto un viejo taller de carpintería inutilizado hace años a la espalda de los salones de cuarto de media que me servía de escondite secreto y de habitación donde avivar la nostalgia. En ese espacio me encerraba hasta que terminaba el día.
Como la mayoría se encontraba dedicado a las celebraciones que promovía el colegio, nadie reparaba en mi ausencia. A veces aprovechaba un descuido de la portera y me escapaba del colegio para enrumbarme hasta el parque mas cercano, donde me entretenía sacando gusanos negros de un árbol de guayabo o leyendo a la sombra de un viejo roble hasta que me quedaba dormido.
No me puedo quejar de la vida, sin embargo, papá. Tengo en mi familia hermanos mayores y tíos muy queridos que pretendieron hacer el papel que tú no quisiste desempañar conmigo. Pero la verdad sea dicha, por más interés y amor que me pudieron prodigar, la intención quedó simplemente en ello: pretendieron.
Debo reconocer que en más de una ocasión he sentido la necesidad de tener un padre. Quizá no tú, el que la naturaleza me dio, pero si uno como el que a veces me visita en mis sueños. A veces me gusta pensar que ese modelo de padre que descubro en mis sueños no es otra cosa que una representación de mi propia persona en un futuro cercano.
Me gustaría llegar a ser un buen padre, pero supongo que nadie nace aprendiendo ello.
Alguna vez leí en un libro que el nombre que llevas marca tu destino de manera definitiva. Yo llevo la pesada carga de llevar el mismo nombre que tu llevas papá; así como de intentar parecerme lo menos posible a ti. Alguno que otro pariente ha encontrado ciertas similitudes físicas entre ambos. Hace algunos años una tía muy querida me dijo que tenía tu misma sonrisa ladina, las mismas arruguitas de tus ojos al sonreír.
Yo he pasado por alto esas similitudes físicas y descubierto con asombro otras quizá más importantes: llevamos en la sangre el mismo culto por la lectura. Mi madre me confió que en muchos aspectos fuiste casi un autodidacta. Nunca cursaste estudios especiales de investigación o de doctorado, pero de las notas escritas que descubrí entre las páginas de los libros que no te llevaste de casa, pude advertir que poseías una inteligencia desbordante que me llenó el alma de una especie de estúpido orgullo, similar al que tendría un joven equino, al descubrir que desciende de un caballo de paso.
A veces me miento en voz alta y me digo a mi mismo que he vivido bien sin ti, pero la verdad es que no es cierto. Quizá engañe a todo el mundo, pero jamás a mí. Probablemente muchos de mis temores, comportamientos y fobias no sean otra cosa que simples derivaciones de tu ausencia. Me gustaría pensar que las cosas son distintas a lo que han sido. A veces he sentido la necesidad de un guía, de un progenitor y he pagado muy caro el haberme equivocado en ese afán infructuoso de encontrarlo.
Ya han pasado varios años y me digo a mi mismo que no cambiarás, papá, que probablemente te morirás de acá a algunos años -sino te has muerto ya- pensando que le diste a la vida lo que ella no te dio en contrapartida. Nosotros fuimos apenas puntitos en el firmamento que jamás observaste. "Tú te lo perdiste", como dijo una vez mi madre.
Yo continuaré viviendo, cada tercera semana de junio, llevando a cuestas la pesada carga de tu nombre, de tu sonrisa, de tus libros, de tus temores, que quizá con el tiempo se conviertan en los míos.
Quizá en algunos años, cuando sea finalmente padre, pueda finalmente perdonarte y perdonarme a mi mismo por no haberte querido. Y quizá en ese momento me encuentre preparado para darte el regalo más grande que un hijo puede ofrecer a su progenitor. Quizá

2 comentarios:

Millhka dijo...

Es triste cada tercer domingo de junio a diferencia tuya no puedo decir que te entiendo, he tenido la figura paterna al lado, y es lo mas hermoso del mundo, saber que a veces no eres la reina de nadie, pero siempre seras la princesa de papa, ese hombre que se desvive por ti que es capaz de dar su vida por la tuya, el hombre que te va amar por siempre. Nadie esta preparado para ser padre, no pienses que vas a fallar en ello,sabes que jamas vas a cometer el mismo error,todo el amor que no te ofrecio tu padre se lo vas a dar doblemente a tu hijo,alla el lo que se perdio, noto en ti que eres una persona con mucho amor por entregar, bendecida la mujer que elijas, ya que va tener un excelente padre para sus hijos.

kuinzito dijo...

Gracias por tus palabras, Millhka. Quizá algún día pueda tener la dicha de observar un par de ojitos que desde abajo me digan lo mismo: que siempre será la princesa de papá.
Estoy seguro que tu papá, donde quiera que esté repite lo mismo.