martes, 22 de mayo de 2012

Cuento de la princesa y el dragón

"(...) es lo mas hermoso del mundo
saber que a veces no eres la reina de nadie
pero siempre seras la princesa de papá".
Millhka
Había una vez una princesa. No me pregunten en que país ni en qué época. Tampoco me pregunten el motivo, pero el caso es que debía ser entregada para ser devorada por un horrible dragón. Faltando poco tiempo para su sacrificio se aparece un desconocido caballero. Le promete liberarla. La princesa duda e intenta mas bien convencerlo que escape mientras pueda: su destino está escrito y debe ser entregada al dragón. El caballero se empecina, su pequeñez se enfrenta al gigantesco dragón. Se produce una lucha dispareja, casi épica. Finalmente el caballero consigue dar muerte al dragón y rescatar a la princesa de la prisión en la que se encontraba.
No quiero cuestionar mi sexualidad (no hoy), pero a veces he pensado cómo se sentiría ser por algún tiempo indefinido la princesa. Sentir que alguien de brillante armadura me rescata (asumiendo que quiero ser rescatada), me convence que no llevo tatuado sobre la frente mi destino o la estigma del pecado que los ángeles se encargaron de borrar con sus alas de la frente de Dante. A veces agota eso de tener que ser el caballero siempre, esos convencionalismos que nos  convencen a hombre y mujeres que tenemos un papel predefinido en la sociedad, en el cortejo, en la vida familiar, en el sexo.
Protege a tu hermanita, tú eres el hombrecito, sírvele más porque es varoncito, ya vas a llorar como mujercita, tienes que hacerla llegar.
Lo he oído tantas veces. De diferentes manera y de mil formas distintas.
A mi me gusta esa canción de Sabina que dice "Yo quiero ser una chica Almodóvar...". No se si es un rasgo de feminidad en mi personalidad del cual deba avergonzarme o mas bien sentirme orgulloso.
El problema de muchos de nosotros, los varones, es que jamás seremos la reina de nadie. Tampoco la princesa de papá (yo ni tengo papá). A lo sumo debemos conformarnos con ser el rey de la casa (que es diferente a ser el rey de la selva) o el rey de mamá, de pequeños. Alguno dirá que eso es superior, que deberíamos conformarnos, pero yo no estaría tan seguro dado que las prestaciones (y beneficios) asociadas a una u otra condición difieren.
Debe ser bonito sentir que alguien también luche por ti, que te cautive con su galantería, que te abra la puerta, que te enamora y escandaliza con sus atenciones, que te trate como una reina aunque tu sitio sea más bien el de rey. Debe ser bonito, también, un día cualquiera, sentirse como una princesa arrobada por la osadía de su caballero, sentirse una bellaca, una puerca, una majadera, una zorra, una puta. Sentir que no tienes la obligación, ni la necesidad de retener tu orgasmo hasta que ella consiga el suyo, que puedes confundir tu sexo con aquél hasta que desaparezcan las categorías de masculinidad y feminidad. Que ningún cromosoma te define ni tu a aquél. Sin categorías. Alma-alma. Como dos manos que se encuentran en la oscuridad de un cine y hacen el amor.

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