"Tu presencia me fastidia
¿no puedes entender que deseo estar solo?"
Dije eso y ni bien terminé de decirlo
ya estaba arrepentido.
Me miró con sus ojitos tristes, avejentados, hermosos
me miró con reproche y en silencio.
No dijo nada:
encaminó sus pasos hasta la salida de la habitación
y cerró la puerta, lentamemente, como para no seguir molestando.
Me quedé solo, en mi habitación inmensa
con mis dotes de nisántropo y mi malhumor malsano rumeándome en la cabeza.
Ahora mi soledad me fastidia.
Perdón.
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