"Lo que no nace no crece", sentenció un conocido mío hace ya cierto tiempo, luego de una agradable conversación en la que, entre otros detalles, compartimos alguna de nuestras cuitas.
Algo similar me sucede con lo que escribo. Por una extraña razón que va más allá de mi entendimiento y de mi voluntad, no puedo escribir del amor.
Sencillamente me siento frente al computador y mis manos teclean como dos arañas bailoteando sobre el tejado, sin que mi voluntad las gobierne. Ellas viven para sí y de la misma manera escriben solas.
A veces yo mismo me sorprendo de lo que he escrito una vez que termino con ello. No sé como llamarlo, pero lo cierto es que no parezco estar hecho para los finales felices. Quizá sea una especie de pesimismo congénito o una escasa vocación para la felicidad, pero la verdad sea dicha no soy un ferviente creyente de un planeta donde las cosas terminan de la mejor manera.
Quizá sea esa una de las razones por las que odio a Paulo Coelho. Desconfío de esos escritores que creen que con un par de palabras te pueden componer la vida. ¿Quien ha dicho que la literatura tiene esa finalidad? En todo caso ¿la tiene? ¿es necesario que la tenga?
No pretendo ser un cuestionador. Tampoco inventar teorías nuevas que ni yo mismo acabo de comprender. Sencillamente no creo en una historia que se reduzca de manera irreductible a un final feliz. No creo por ende en las historias ni los poemas que hablen de amor, todo lo cual es irónico porque crecí escuchando poemas de Miguel Ángel Buesa y Federico Barreto en mi habitación, cuando mi hermano mayor regresaba por las noches, henchido de un romanticismo juvenil después de alguna cita cautivadora.
Repito: no puedo escribir de amor. Hay cosas que las personas no podemos hacer. Algunos no saben nadar, otros aún no aprenden a patinar. Yo por ejemplo no se cabalgar. Tampoco se cómo se escribe de amor. El nombre de este blog por ejemplo es una muestra de ello. Soy de las personas que comparte la idea que uno no escoge sus temas. Uno es aprehendido por ellos y se convierte simplemente en un interlocutor de otras voces.
Detesto los finales felices. Prefiero aquellos finales que me sorprenden, aquellos que me llevan hacia algún sitio (al menos eso me hacen creer) y cuando menos lo esperas, se sientan en tu cara y te escupen en el rostro terminando de borrarte la sonrisa que iniciabas. Hay algo de amor también en el destilar de un suave pedo.
La tristeza y la soledad son mas que un par de palabras. Encierran además el secreto de sabernos vivos. Hay algo de sublime también en ello. Yo prefiero un final triste a uno alegre. Prefiero un cuento de odio a uno de amor. Aunque haya algo de amor en cada uno de ellos...
Estoy solo. Por lo tanto, existo.
Odio. Por lo tanto tengo la capacidad de amar.
1 comentario:
No se si el amor se pueda escribir, o hablar, o comer, o caminar...tal vez el amor sólo tiene que ser...y qué difícil que sea el amor...y qué bueno que este...yo recuerdo clarito en el colegio un chico puchica amor amor, escribía y escribía pero amor amor amor...unilateral nada más existía...
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