- "Hola" -contestó. "¿No reconoces quién es? Soy tu rubia debilidad".
Hablábamos después de mucho tiempo, pero pude reconocer en el tono de su voz el mismo tono de niña buena que descubrí luego de algunas semanas de conocerla.
Siempre había tenido una visión perjuiciosa de las rubias. Quizá porque en mi colegio fiscal escaseaban o quizá porque de las pocas que conocí (y eventualmente me rechazaron en la universidad) no había conseguido que alguna reparara en mi.
Aquel día, la observé receloso apenas la destacaron para trabajar a mi lado en la oficina donde por entonces era un simple practicante.
No solamente la observé con recelo, sino que de inmediato cuestioné su idoneidad. Imaginé de inmediato que tendría más trabajo que nunca pero quizá sería interesante dármelas de profesor educando a la rubia.
Ella llegaba a diario en su auto (cosa extraña para mi condición de estudiante de carnet universitario y medio pasaje) enfundada en sus abrigos de colores (que siempre combinaban con sus carteras y zapatos) y cafarenas ajustadas y yo la observaba cada día con menos recelo. No era definitivamente como las demás rubias que había tenido oportunidad de conocer. Es decir, había algo detrás de su mirada ceñuda que me hacía vislumbrar que esos ojos dorados escondían algo que los demás no conocían.
Con el tiempo fui ganando confianza y por el contrario, ella fue acumulando algo de timidez. Timidez que escondía tras un bien atiborrado arsenal de miradas de hielo y respuestas lacónicas que siempre tenía prestas ante cualquier atisbo de coqueteo de los machos que pululaban por los alrededores de la oficina.
- Tienes una mirada de poto -le dije en alguna ocasión y ella había celebrado mi ocurrencia con una sonrisa.
Desde que ella llegó no faltaron las insinuaciones y las propuestas veladas. Mi existencia -hasta ese momento anónima- cobró notoriedad. Mi persona no se reducía a definir mi presencia en la oficina, sino que la misma se justificó porque me sentaba al lado de ella. Dejé de ser yo y me convertí en "su compañero".
De pronto los contratos eran firmados con agilidad, los rostros de los secretarios y técnicos - semanas atrás, adustos y amagados- fueron reemplazados por sonrisas y miradas vivaces. Parecía que la oficina entera se movía al vaivén del caminar de la rubia.
Solamente yo parecía ajeno a ese alboroto.
Había descubierto en ella algo que los demás no veían y vivía feliz con la idea de saber algo que los demás no.
Había descubierto que no era realmente rubia, sino mas bien algo castaña, de un tono entre cenizo y color pastel pálido. Pero lo más importante: había descubierto que la rubia tenía un corazón. Y una coraza.
Mi rubia me permitió conocer el corazón tras la coraza, visualizar su rostro tras la armadura, trayendo a mi memoria ese poema de Mario Benedetti, llamado también así:
"porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza"
Quizá de todos los que intercambiaron miradas y sonrisas con ella, fui el único que la conocí. Conocerla cambio mi perspectiva. De mi hacia los demás y de los demás hacia mi. Cuando voy por la calle y conozco una rubia, no desvío la mirada y la observo de reojo como estaba acostumbrado. Tampoco la prejuzgo. No veo un símbolo sexual ni mucho menos. No pienso que es tonta ni menos inteligente. No me siento menos pero tampoco más. En vez de ello, levanto el rostro y la observo de frente, con una mirada limpia y transparente. Y veo unos ojos que me miran, un color de cabello diferente al mío, moreno.
He comprendido que hay una diferencia entre lo que se ve y lo que no.
Quizá pueda ser también mi rubia debilidad -pienso.
Los demás veían a mi rubia como las rubias que acostumbraban visualizar en las revistas y el cine. Yo vi una mujer y una niña. Vi también una chica incomprendida y sentimental que necesitaba alguien que la sepa escuchar. Vi en conclusión a la persona que se ocultaba detras de esos cabellos rubios.
Hay una diferencia entre la rubia con la que sueñas y la que finalmente consigues. Mi rubia podría muy bien haber hecho suya aquella frase de Rita Hayworth, quien haciendo referencia a "Gilda", uno de sus personajes más famosos, señaló:
"Every man I knew went to bed with Gilda... and woke up with me"
(Cada hombre que conozco se acuesta con Gilda... y se despierta conmigo)
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