martes, 12 de junio de 2012

Si me dejas

Esos ojos. Tus ojos. Mis ojos. Quiero olvidarlos y no puedo. Me observan todo el tiempo desde cualquier recodo de mi obsolescencia, batallando con mis recuerdos, haciéndole una mueca a mi imaginación. Esa mirada, la mía, la nuestra. Aquella primera aventura, tu voz desfalleciente al otro extremo de la línea, mis paredes sucias, una sonrisa. Somos fantasmas que apenas sobreviven, atrapados en un manojo de fotografías, de viejas cartas, de recuerdos, de una posibilidad que el tiempo ha ido deshilachando, como hojas, como un cigarro apagado que se arroja al mar, casi suicida, para no morir en su brasa, como aquel primer quejido, como tus reclamos, los míos. Somos la suma de tu ansiedad, de la mía, de la nuestra, la que no olvidamos, la que nos hizo cometer alguna locura y después hacer mucho daño. La que mató al dragón pero no rescató a la princesa, la que se esconde debajo de tu cama, como los fantasmas, cobardes, de ojos lustrosos, de ésos que jamás te hablaron en la escuela. Soy la última escena de aquella representación en la que ya no quieres pensar, es gracioso, tú eres la primera frase de una historia inacabada, que todavía espero escribir, la mía. 
No, no soy Cristo. Es verdad. Jamás conseguiré vencer la tempestad, ni caminaré sobre el agua. No tengo la capacidad de multiplicar el pan, de conseguir mi sanación o de alterar el tiempo.
Pero podría morir por ti en la cruz, si - me - de - jas.
Déjame.

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