domingo, 21 de noviembre de 2010

Hoy cumpliría 36

Le dije señor que tal, soy Pedro
¿Se acuerda de mí? ¿Qué fue de su hija?
Me dijo, cómo ¿no sabes?... ella murió.

Pedro Suárez.

Querida Cecilia,
Es gracioso como a veces pasa el tiempo y ni siquiera lo notas.
Han pasado ya diez años desde que nos dejaste y parece que hubiera sido ayer y parece que nunca hubiera ocurrido. Hoy cumplirías 36. La misma edad con que contaba Marylin cuando murió.
A veces me esfuerzo en recordar el tono de tu voz, la intensidad de tu mirada, el sonido de tu risa, pero es inútil. Mi cerebro alberga cada vez menos imágenes fragmentadas de tu recuerdo.
A veces creo recordar algo pero no estoy seguro si es que realmente he recordado o es mi cerebro quien se empeña en recrear mi necesidad de hacerlo y como un niño, me complace.
Otras veces pienso que te he olvidado. Pueden pasar semanas completas y parece que no pienso en ti y entonces pienso que así efectivamente, debe ser la muerte: el olvido final.
Luego llegas de golpe y te insertas una vez más en mi vida. A veces siento como si no te hubieras marchado, como si de alguna manera siempre estuvieras aquí, conmigo, cuidando cada uno de mis pasos, como la hacías cuando era pequeño y tu dos años mayor ¿recuerdas?. En ese entonces fingías que mi pequeña existencia no te importaba pero yo sabía bien de tu necesidad de protegerme, como cuando me cogías de la mano al cruzar la avenida para ir al colegio sin que nadie te dijera o cuando me defendías de tus compañeritas mayores que se mofaban de mí llamándome "Cecilio".
Todavía recuerdo el día en que hicimos no se qué travesura. Muy terrible debe haber sido que nos castigaron a ambos. Tú no podías soportar el verme llorar y te echaste la culpa aunque sabías bien que el causante era yo.
Cecilia, Cecilia. No debe haber sido cosa fácil nacer antes que yo. Tú eras la engreída de la casa y de pronto llegué yo. Mi madre me confesó un día que fuiste planificada, que fuiste hecha con amor. Yo nací de los últimos vestigios de odio en el corazón de nuestros padres. Fui un hijo no deseado que llegó a insertarse en nuestro mundo familiar en el peor momento y quizá a causa de ello recibí en alguna oportunidad más atenciones que tú. Después de todo, tú ya eras grande, yo aún pequeño, tu ya no necesitabas de aquellos juguetes que de pronto pasaron a ser míos. Tú debiste crecer de pronto, tu consigna no era ya el jugar con tus muñecos sino el cuidar de tu hermano, aún pequeño.
La gente a veces solía decir que nos parecíamos. Yo no entendía cómo podían decir ello, si a mi me daba la impresión que tú eras lindísima y yo andaba algo rezagado en los cánones de la belleza. Pero algo de similitud habría quizá en nuestras miradas que hacía que de inmediato se nos asociase como hermanos donde quiera que íbamos.
No debe haber sido cosa fácil verme crecer. Verme convertirme de pronto en adolescente y luego en hombre. Tampoco debe haber sido sencillo sentir que en alguna oportunidad se me otorgó alguna posibilidad que a ti te fue negada. Nunca me perdonaste el hecho que yo pudiera asistir a una universidad privada mientras tú debiste conformarte con la estatal.
Y lo cierto es que eras tremendamente más inteligente que yo. Quizá la más inteligente de toda la familia. Eras algo así como un talento desperdiciado.
A veces no pienso en ti, es cierto, pero otras no puedo dejar de hacerlo. Hoy por ejemplo, me he pasado todo el día intentando no pensar en por qué me he sentido de esta manera. Le he echado la culpa a la ausencia de mis medicamentos, al clima, al hecho de vivir solo, a la vida. Pero la verdad sea dicha sucede que no he querido hasta ahora sentarme y pensar en ti.
No sino hasta ahora que me veo enfrentado con mis pensamientos y me veo obligado a ello.
Pienso en ti y te veo en dos colitas, con tu pantalón de lana marrón -nada estético- y una chompa de lana roja que había pertenecido a mamá y que atesorabas. En casa no había motivo para andar bonita. Nosotros, lo de adentro no importábamos.
En realidad habíamos dejado de importarte desde hace mucho tiempo. Ya ni siquiera nos mirabas. Recuerdo que en alguna oportunidad (debió ser en los últimos tiempos) alguien hizo una broma sobre ti en la mesa: debió de haber sido una buena broma, una magnífica broma, una estupenda broma que te obligó a levantar los ojos del plato y sonreír tímidamente. Me he quedado por años con el recuerdo de esa sonrisa.
Han pasado ya diez años Cecilia. Hoy me gustaría decirte tantas cosas. Comenzar a escribirte esa extensa carta que un día prometí te escribiría y hasta ahora no empiezo. Visitarte mas a menudo como antes, cuando me sentía solo o sencillamete estaba en esos días.
Mas tarde seguro iremos a verte. Como todos los años mi madre dirá algunas palabras y los demás guardaremos silencio. Luego almorzaremos en familia y comenzaremos a sonreír uno a uno, como quien va saliendo de un largo sueño.
Y estarás allí presente en cada uno de nosotros. Aunque no quieras. Ya no te importará la edad, ni andar con la vestimenta adecuada. No te importará cumplir 36 ni sentirás que el tiempo ha pasado sobre tu rostro y que ni las cremas o el gimnasio pueden remediar lo ocurrido. Y sonreirás, como aquel día que tengo grabado en mis recuerdos. Y serás feliz aunque sea un instante. Y no podrás dejar de hacerlo. No podrás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso!

kuinzito dijo...

Gracias. En verdad quien era preciosa era mi hermana. Debiste haberla conocido. Lo escrito no le hace mérito.