jueves, 24 de abril de 2014

Tal vez no seas el amante más fogoso que he tenido, pero eres el que más he deseado amar


No habían transcurrido ni cinco minutos luego de concluir la sesión amatoria y lo dijiste.
"Tal vez no seas el amante más fogoso que he tenido, pero eres el que más he deseado amar"
La frase me cayó como un elefante desde un segundo piso. Me dejó fulminado en el acto. Mi virilidad, hasta ese momento todavía turgente, se redujo de pronto a su mínima expresión. 
Tuve que repetir la frase varias veces en mi cabeza hasta llegar a comprenderla.
No, darling, contigo no caben las metáforas, ni las alegorías o suposiciones. Tu verbo no es florido, sino simple, directo, diáfano, casi viceral.
Observé en silencio, casi con respeto, tu cuerpo desnudo, enredado contra el mío, como en aquella pintura de Schiele que te gustaba. Tus claros, mis oscuros.
Mi virilidad languidecía, pero mi corazón me palpitaba en el pecho, vibrante, almost radiante.
Se me vino a la mente aquella historia sobre el tiempo y sus efectos sobre los cuerpos, sobre los placeres mundanos. 
Al final se trata tan solo de dos cuerpos viejos queriéndose amar. Debes escoger alguien con quien no te cansarías de conversar toda la vida, con quien sea una permanente aventura intelectual el hablar.
Acaricié con cuidado el dorso de una de tus manos por unos segundos. Qué importaba si no era yo tu mejor amante, que no fueras tú el mejor sexo que tuve.
Recordé haber leído en algún lugar que dos manos también pueden hacer el amor.
No hubo sexo brutal, tu fantasía mas terrenal, ni un orgasmo espasmódico al finalizar.
Simplemente entrelacé mis dedos con los tuyos y comenzamos a hablar.

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