domingo, 27 de abril de 2014

La soledad de tu espejo o el estampido final de una escopeta

Ciudad de Piedra, 28 de abril de 2014.
Querida Cecilia,
El tiempo ha pasado (vaya que ha pasado), pero te recuerdo y de pronto todo vuelve a cero.
Yo también he cambiado, el tiempo ha sabido limar mis asperezas y dejado más expuestas mis agrietadas heridas.
En casa pueden transcurrir semanas enteras, incluso meses, sin que hablemos de ti. 
De pronto, como por encanto, alguien rompe ese silencio.
Tampoco solemos ir a visitarte tan a menudo al camposanto. Antes, íbamos casi todos los meses, ahora apenas lo recordamos antes de Navidad, el día de tu cumpleaños, el aniversario de tu partida, no más.
Puedo decir, sin embargo, con convicción, que todo ha vuelto a seguir su curso, y a la vez, permanece igual.
Es una cosa extraña que jamás me podré explicar, porque tu siempre tendrás veintiséis y porque yo, a pesar de que transcurran los años y llegue el momento en que casi te duplique la edad, seguiré pensando en ti como la hermana mayor que nunca estuvo, y que ahora, cosa paradójica, está más presente que nunca.
Es gracioso, de todos los momentos cumbres donde estuviste más bella, se me vienen a la mente precisamente los contrarios, tal vez porque reflejan mejor quien verdaderamente fuiste: tu pantalón de lana marrón, aquella chompa roja que te tejió mamá y que solías utilizar durante los días de invierno,  las dos robustas trenzas que adornaban tu rostro, la sonrisa que descubría cuando pensabas que nadie te miraba.
Y es que a veces las personas no están, cuando deben estar y permanecen de la manera más absurda, no obstante se han ido. No me preguntes de qué manera, las cosas son así, basta decirlo.
Hoy por ejemplo, veía esa obra de teatro de Arthur Miller, y de pronto en la escena final, retumbó en la sala el estampido final de una escopeta. Y se agolparon en mi cabeza escenas que creía olvidadas, como un flash back de una película de antaño. 
No, Cecilia. Nada se ha ido y eso es quizá lo más angustiante de todo. Que las cosas continúan ocultas, expectantes a cualquier detonador para resurgir, para volver a ser vividas. 
Para encontrarse una vez más en la soledad de tu espejo, con tu imagen, las cinco docenas de pastillas, tus instantes eternos de dubitación, la carta inacabada que comenzaste a escribir y jamás terminaste, el momento exacto donde pasé, sin saberlo, frente al cuarto del motel donde después te encontramos, donde nuestras vidas se miraron a los ojos casi por un segundo, a través de las paredes, para luego dar paso al black eterno de la oscuridad.
 No la tuya. La mía.
Tuyo,
YO

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