Y esa sola frase fue lapidaria y me motivó una vez más a releer cada resquicio de tus escritos -de cabo a rabo, como dirían las abuelas- intentando descubrir alguna frase escondida, algun mensaje oculto o cifrado entre los diálogos de tus personajes, algun desenlace que se pareciera al tuyo, al mío, al de ambos.
Intenté escuchar una voz que me hablara que me dijera algo a mi y solamente a mi.
"Sabes que escribo para ti", me dijo.
Y saberlo fue como la anticipación de una tortura. Una especie de admonición que me convertía en un condenado, un prisionero de cada una de tus letras, expectante de cada nueva publicación, de cada nueva palabra, de cada poema, de cada imagen.
"Sabes que escribo para ti", me dijo.
Y escuché cada palabra como un condenado que va oyendo su condena y la sabe definitiva, sin ninguna chance de intentar un escape, con la certeza de no poder huir más, de tu existencia, de tus recuerdos (que también son los míos), de tu mesa de madera tallada que amaba, de la biblioteca de tu abuelo en la que nos ocultamos del Derecho y del mundo, del fantasma de tu gallo mirón observándonos detrás de la ventana de tu habitación, de tus grititos histéricos, de tus sonrisas ensordecedoras, de las oquedades de tu corazón.
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