domingo, 11 de agosto de 2013

Tus viejas cartas


Soñé que volvía a amanecer,
soñé con otoños ya lejanos.
N.B.

Y sigue rodando en mi cabeza
el enigma cautivante de tu voz.
E.V.

Hay días en que las personas deciden levantarse con un pie diferente, dejar de ducharse antes de ir al trabajo, ponerse ese par de zapatos de tacón que nunca se atrevieron, comenzar a enamorar a la chica más guapa,  aventurarse a comer un platillo nuevo sin ninguna explicación, enfrentar a aquel jefe que siempre los intimidó, abrir las puertas del closet en el que se escondían, apretar el gatillo que tantas veces acariciaron, simplemente... JUMP.
Otros, simplemente, decides despertar.
Debe ser bonito jugar a imaginar que juego un juego en el que invento personajes que juegan otros juegos, que de pronto tocan tu timbre y entran en tu habitación, y conversan contigo de otros tiempos, que tonto, tal vez sigues pensando que hay detrás de ese muro, sin darte cuenta que hace mucho ha dejado de jugar,  que ha pasado mucho tiempo, que se han mudado ya.
Hay días diferentes, en los que despiertas con un optimismo bárbaro, en que devoras un párrafo de Petrarca, que relees con deleite un capítulo de Joyce. Hay días claros, de fotografía, días Kodak, otros más bien grises, claros y oscuros, de papel carbón, de fotocopiadora en blanco y negro. Días en que te arrastras desde tu habitación hasta la oficina y cuentas las horas, desfalleciente: 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1...
Pero de todos los que mas temo, son esos días en los que te enfrentas a tus recuerdos, a aquella mirada que te traspasa, a esa sonrisa que no termina de concretar, al sonido de sus pies descalzos hollando el pasto, al horror del vacío de una poesía inacabada, a la novela que se te escapa entre las sienes, al relato que jamás escribirás: a esas cartas amarillas a las que echas mano cuando no te queda nada más.

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