Aquél bien
podría haber sido el lema que acompañó mi niñez. Entre nosotros no estaban
permitidos las caricias ni los besos. Apenas el brusco apretón de manos con el
que nos despedíamos una vez finalizadas las reuniones familiares. Hasta el día
en que perdimos a la pequeña Raquel. Ni bien te divisé a lo lejos pude sentir
que algo había cambiado. Nada de tu antigua rudeza quedaba: tu mirada
humedecida, la boca torcida de una manera grotesca. Llegué hasta a ti a tiempo
para sostenerte entre mis brazos que de pronto se convirtieron en fuertes
tenazas. A tiempo para ocultar la explosión de tu llanto que se desparramó
entre mis hombros. Entonces comprendí que también tú habías muerto.
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1 comentario:
Hola Kunzito me encanta este post, estamos llenos de cosas que hacemos y no hacemos no? Me encantas. Saludos desde Colombia. DIANA
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