sábado, 14 de julio de 2012

Querida Laura

Querida Laura:
Te escribo esta carta sin intención de recibir una misiva de respuesta. Te escribo simplemente por el hecho de siento la necesidad de hacerlo, porque el otro día que venía caminando inició un chubasco de ésos que te mojan hasta los huesos, una especie de meteoro postdiluviano que parecía nunca terminaría y de pronto me vi en la calle, caminando sin paraguas y pensando si todavía te gustaría la lluvia. Te imaginé con tus ojos de siempre, cerrados, una sonrisa dibujada en tu boca, los brazos abiertos y la ropa empapada. Feliz.  
¿Recuerdas que un día te mostré esos cuadernos repletos de ideas, de frases sueltas, todas y cada una de ella inicio de lo que algún día sería un magnífico cuento o novela, mis "grandes obras" que llegaría a escribir mientras tu te dedicarías a trabajar hasta que yo acabara esa monumental obra que después nos daría de comer por generaciones? Pues jamás inició. Aún todavía pienso en qué momento perdí el camino. En qué momento dejé de soñar. En qué momento exacto dejaste de estar.
¿Todavía sueñas tú Laura?
Yo dejé de soñar porque hacerlo era una necesidad imperiosa para sobrevivir. Y he sobrevivido, claro que lo he hecho. Pero hay días como el de hoy en que me gana la apatía, cuando me siento algo similar a una cadáver. Tal vez yo no haya elegido el suicidio pero en ocasiones pareciera que no tuviera la necesidad de hacerlo, como si fuera una especie de malformación genética que no pudiera rechazar porque pervive en mis genes, en mi destino, en mi corazón.
¿En qué momento se me jodió el corazón Laura?
Hace mucho que dejé de buscar la respuesta. La verdad (quizá la única en mi vida) es que tengo miedo. Temor de dar un paso del que después ya no pueda arrepentirme y decir hasta aquí nada más, eso es todo, buenas noches los pastores, se acabo la tragicomedia. Tal vez he tenido mucho miedo de ti, pero también de mi. Me he convertido en algo que esta muy lejano a lo que quería, a lo que esperaba. Me da miedo mirarme al espejo y descubrir que esos ojos que me observan en ocasiones no se asemejan a los míos.
¿Todavía te gusta la lluvia?
Recuerdo cuando era pequeño. Soñaba con una casa de campo, un balcón, una mesa pequeña, una máquina de escribir, tus brazos enroscados alrededor de mi cuello y la lluvia afuera en la calle haciendo sonidos extraños con el golpeteo del zinc del tejado. No necesitaba nada más. ¿En qué momento alguien me pinchó el globo y dejé de soñar?
A veces pareciera que somos personajes de una historia que no termina de escribirse. Dos destinos que transcurren paralelos pero que jamás llegan a cruzarse. Tú a un extremo del mar, yo del otro. Dices que todo cambiará muy pronto, serás el mismo de siempre, dijiste, te sentirás poderoso. Me gustaría que a veces lloviera en Lima. Para sentirme más bien pequeñito. Me gustaría de despertar de mis sueños, que algunas pesadillas jamás se conviertan en realidad, descubrir la máquina del tiempo, guardar el secreto de una quimera. Me gustaría tantas cosas Laura, como en una película de ésas, pero a veces he de conformarme solo con el recuerdo de una noche fría, las sandalias en tus hermosos pies, una canción que hablaba de pájaros que de pronto aparecían, tu expresión de gozo absoluto, tus ojos maravillosos cerrados y las gotas de lluvia golpeteado mi corazón.
Jorge

miércoles, 4 de julio de 2012

Querida Mary

Querida Mary,
Te escribo si saber bien el motivo. Tal vez por la misma razón que los pájaros vuelan, los lobos aullan de noche y los árboles pierden sus hojas en otoño.
Hoy ha sido un día particularmente lleno de emociones, repentinas, de esas que te carcomen el alma y te dejan en la cama llorando durante horas. Comprendo que no debo hablar contigo y he tomado la firme convicción de no hacerlo. Por eso te escribo cartas, aunque sé que jamás llegarán a su destino.
Los días aquí transcurren de manera lenta, a veces agobiante. En ocasiones me digo a mi mismo que ya me he acostumbrado a esto de vivir así. Pero no es verdad. Echo de menos mi ciudad, la forma de los tejados (planos), el ruido de los autos, la manera de hablar de las personas, el cielo de Lima, su clima húmedo. También te echo de menos a ti.
Hoy ha sido un día particularmente caluroso. Hemos llegado a casi 40 grados. Mis ventanas están abiertas de par en par y por momentos entran ráfagas de aire caliente que impiden respirar. Me acuesto muy tarde y no puedo conciliar el sueño a causa del calor. Por las mañanas, me levanto muy temprano por la misma razón. En consecuencia, casi todo el día ando soñoliento y cansado.
He pensado mucho en tus cartas. Hace mucho que no recibo ninguna. A veces me entretengo leyendo algunas e imagino que se trata de una nueva misiva. Pensar de esa manera me alegra de sobremanera el día. También veo muy seguido tus fotografías. Me gusta observar por mucho tiempo la forma de tus ojos y descubrir detalles que antes pasaban inadvertidos. He cogido la manía de tomar alguna foto tuya e intentar imaginar en qué estarías pensando en el momento preciso en que la captaste. Ahora por ejemplo, intento imaginar la forma de tu mirada al leer esta carta, el rictus de tu sonrisa, el enmarcamiento de tu ceja, el endurecimiento de tu mandíbula y tu olor. Sobre todo tu olor.
Recuerdo en una ocasión que te pregunté a qué olía. Me respondiste "Hueles a ojo". Incluso hasta hoy intento imaginar cómo sería ese olor. Tal vez sería el inicio de un tipo de nueva fragancia que algún día podría patentar en el mercado. No pregunté a que olía un ojo. Imagino que la respuesta hubiera sido "huele como tú".
Madrid es una ciudad muy grande. Hay ocasiones en que he tomado el elevador y me encontrado con un representante de casi todas las regiones del mundo: americanos, asiáticos, africanos, europeos, oceánicos. Todos los colores. Todas las razas. Casi un United Colors of Benetton en versión mundana y terrenal.
Son más de las dos y no tengo sueño. Me gustaría saber qué estas haciendo en este preciso momento, que cosas miras, con qué personas hablas, por dónde transcurren tus breves pasos. Se me vienen a la mente esos días en que me escapaba de la oficina con la sola intención de verte (aunque fuera un instante) para luego regresar raudamente, incluso sin haber almorzado. Me gustaría tener noticias tuyas pero sé que eso no ocurrirá. El cartero demora mucho. Tal vez demasiado para nosotros. Mi buzón no esta cerrado pero sé muy bien que el tuyo sí.
He arreglado mi vieja máquina de escribir. La tinta se había secado y me he visto obligado a comprar una nueva. He leído algunos libros. El último es de Truman Capote. Se llama "A sangre fría". Casi no escribo. El calor no me deja. Necesito una ciudad donde el invierno sea eterno. Tal vez algún día me acabe mudando a Alaska.
He cogido un nuevo amigo. Aún no tiene nombre. Lo encontré anoche en la calle y le di una lata de atún que devoró a regañadientes. Es de color negro y tiene una mirada felina que mata. No sé si mañana esté, pero me alegraría mucho que así fuera. Sería bonito tener un amigo a quien hablar aunque no me entienda. Estoy harto de aquellos que dicen ser mis amigos y no comprenden nada. 
Es todo por hoy. No es que no tenga nada más que escribirte pero imagino que debo concluir en algún momento y creo que este lo es.
Te dejo un fuerte abrazo que sé tampoco llegará.
Max