domingo, 19 de junio de 2011

Carta abierta a mi padre en su día


Querido padre:
Te escribo esta carta sin conocerte apenas. Llevamos el mismo nombre pero nos separa una vida entera (la mía), un destino y probablemente, una eternidad que se avecina (la tuya).
A veces pienso en la idea de ser padre y me aterra. No por el hecho de serlo, que me encantaría, sino por la posibilidad de no estar debidamente preparado para ello. Las personas aprendemos de la experiencia, viendo a los demás o equivocándonos. Las dos primeras posibilidades me están negadas: soy demasiado joven, no tengo hijos todavía y -como bien sabes- carezco de un modelo de figura paterna al cual pueda seguir hasta hacerlo mío.
Pareciera que mi única opción es la posibilidad de ensayo error. Sin embargo es precisamente esa posibilidad la que me aterra. ¿Es posible pretender aprender en la marcha cuando no se cuenta con modelos cercanos que uno pueda imitar?
Durante muchos años mis modelos de figura paterna han sido personajes de libros o artistas entrañables del teatro o la televisión.
Recuerdo cuando era pequeño y se celebraba el día del padre en el colegio. El patio central se llenaba de juegos padre-hijo y todo tipo de actividades para compartir un momento en familia. Yo había descubierto un viejo taller de carpintería inutilizado hace años a la espalda de los salones de cuarto de media que me servía de escondite secreto y de habitación donde avivar la nostalgia. En ese espacio me encerraba hasta que terminaba el día.
Como la mayoría se encontraba dedicado a las celebraciones que promovía el colegio, nadie reparaba en mi ausencia. A veces aprovechaba un descuido de la portera y me escapaba del colegio para enrumbarme hasta el parque mas cercano, donde me entretenía sacando gusanos negros de un árbol de guayabo o leyendo a la sombra de un viejo roble hasta que me quedaba dormido.
No me puedo quejar de la vida, sin embargo, papá. Tengo en mi familia hermanos mayores y tíos muy queridos que pretendieron hacer el papel que tú no quisiste desempañar conmigo. Pero la verdad sea dicha, por más interés y amor que me pudieron prodigar, la intención quedó simplemente en ello: pretendieron.
Debo reconocer que en más de una ocasión he sentido la necesidad de tener un padre. Quizá no tú, el que la naturaleza me dio, pero si uno como el que a veces me visita en mis sueños. A veces me gusta pensar que ese modelo de padre que descubro en mis sueños no es otra cosa que una representación de mi propia persona en un futuro cercano.
Me gustaría llegar a ser un buen padre, pero supongo que nadie nace aprendiendo ello.
Alguna vez leí en un libro que el nombre que llevas marca tu destino de manera definitiva. Yo llevo la pesada carga de llevar el mismo nombre que tu llevas papá; así como de intentar parecerme lo menos posible a ti. Alguno que otro pariente ha encontrado ciertas similitudes físicas entre ambos. Hace algunos años una tía muy querida me dijo que tenía tu misma sonrisa ladina, las mismas arruguitas de tus ojos al sonreír.
Yo he pasado por alto esas similitudes físicas y descubierto con asombro otras quizá más importantes: llevamos en la sangre el mismo culto por la lectura. Mi madre me confió que en muchos aspectos fuiste casi un autodidacta. Nunca cursaste estudios especiales de investigación o de doctorado, pero de las notas escritas que descubrí entre las páginas de los libros que no te llevaste de casa, pude advertir que poseías una inteligencia desbordante que me llenó el alma de una especie de estúpido orgullo, similar al que tendría un joven equino, al descubrir que desciende de un caballo de paso.
A veces me miento en voz alta y me digo a mi mismo que he vivido bien sin ti, pero la verdad es que no es cierto. Quizá engañe a todo el mundo, pero jamás a mí. Probablemente muchos de mis temores, comportamientos y fobias no sean otra cosa que simples derivaciones de tu ausencia. Me gustaría pensar que las cosas son distintas a lo que han sido. A veces he sentido la necesidad de un guía, de un progenitor y he pagado muy caro el haberme equivocado en ese afán infructuoso de encontrarlo.
Ya han pasado varios años y me digo a mi mismo que no cambiarás, papá, que probablemente te morirás de acá a algunos años -sino te has muerto ya- pensando que le diste a la vida lo que ella no te dio en contrapartida. Nosotros fuimos apenas puntitos en el firmamento que jamás observaste. "Tú te lo perdiste", como dijo una vez mi madre.
Yo continuaré viviendo, cada tercera semana de junio, llevando a cuestas la pesada carga de tu nombre, de tu sonrisa, de tus libros, de tus temores, que quizá con el tiempo se conviertan en los míos.
Quizá en algunos años, cuando sea finalmente padre, pueda finalmente perdonarte y perdonarme a mi mismo por no haberte querido. Y quizá en ese momento me encuentre preparado para darte el regalo más grande que un hijo puede ofrecer a su progenitor. Quizá

sábado, 18 de junio de 2011

Hoy

Hoy me gustaría dormir
sin necesidad de pensar
que mañana será un día distinto.
Hoy solo me gustaría dormir
sin soñar.

Me preocupa

Me preocupa
que de pronto
haya dejado de importarme
tu ausencia.
Me hace pensar
en esos sueños
en los que despiertas de pronto
y no recuerdas el estadío previo:
ni que soñabas, ni el sueño.

Instrucciones para cortarse el pelo

Si las cosas fueran tan simples
como coger la tijera
y cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
cortar
y seguir cortando
hasta olvidar
las cosas serían mas sencillas, querida Andrea.

Instrucciones para comenzar a enamorarse 3

Deberás identificar
los fantasmas que te acompañaron
desde tu niñez y tu adolescencia.
Deberás comenzar a clasificarlos
por tamaño
por forma
por peso
por la naturaleza de su fetidez.
Deberás llevarlos con engaños
hasta el borde del peñasco.
Deberás abrir la caja
lenta
parsimoniosamente.
haciendo caso omiso
a sus reclamos, desaires o quejidos.
Deberás despedirte de cada uno de ellos
llamándolos por sus nombres y sus recuerdos.
Luego saltar
y sonreír con la sensación del vacío
hasta que tu grito se confunda con el chillido de las aves
y el olor del miedo
-ahora expulsado finalmente-
se desmenuce en trocitos de vidrio
escapando vertiginósamente de tu corazón.

viernes, 17 de junio de 2011

94, 95, 96

Quizá sea el momento de para de contar.

jueves, 16 de junio de 2011

60, 61, 62, 63

Quiero parar esta cuenta ya.

hoy sería 45, 46, 47, 48

Y no paro de contar.

domingo, 12 de junio de 2011

cuarenta y cuatro


¡Ah, principito! así fui comprendiendo poco a poco tu pequeña vida melancólica. Por mucho tiempo no habías tenido por distracción más que la dulzura de las puestas de sol. Me enteré de este nuevo detalle el cuarto día a la mañana, cuando me dijiste:
- Me encantan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol...
- Pero hay que esperar...
- ¿Esperar qué?
- Esperar a que se ponga el sol.
Primero pareciste muy sorprendido, y luego te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
- ¡Siempre creo que estoy en casa!
En efecto. Cuando es el mediodía en Estados Unidos, el sol, como todo el mundo sabe, se pone en Francia. Bastaría poder ir a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol. Lamentablemente, Francia está demasiado alejada. Pero en tu planeta tan pequeño, te alcanzaba con correr tu silla algunos pasos. Y mirabas el crepúsculo cada vez que lo deseabas...
- ¡Un día, vi al sol ponerse cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde agregabas:
- Sabes... cuando se está tan triste a uno le gustan las puestas de sol...
- ¿El día de las cuarenta y tres veces estabas entonces muy triste? Pero el principito no respondió.

sábado, 11 de junio de 2011

Zorro de arriba y de abajo

Fue entonces que apareció el zorro:
- Buen día - dijo el zorro.
- Buen día – respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta pero no vio a nadie.
- Estoy aquí – dijo la voz –, bajo el manzano...
- Quién eres ? – dijo el principito. – Eres muy bonito...
- Soy un zorro – dijo el zorro.
- Ven a jugar conmigo – le propuso el principito. – Estoy tan triste...
- No puedo jugar contigo – dijo el zorro. – No estoy domesticado.
- Ah! perdón – dijo el principito.
Pero, después de reflexionar, agregó:
- Qué significa "domesticar" ?
- No eres de aquí – dijo el zorro –, qué buscas ?
- Busco a los hombres – dijo el principito. – Qué significa "domesticar" ?
- Los hombres – dijo el zorro – tienen fusiles y cazan. Es bien molesto ! También crían gallinas. Es su único interés. Buscas gallinas ?
- No – dijo el principito. – Busco amigos. Qué significa "domesticar" ?
- Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa "crear lazos..."
- Crear lazos ?
- Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...
- Comienzo a entender - dijo el principito. – Hay una flor... creo que me ha domesticado...
- Es posible – dijo el zorro. – En la Tierra se ven todo tipo de cosas...
- Oh! no es en la Tierra – dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado:
- En otro planeta ?
- Sí.
- Hay cazadores en aquel planeta ?
- No.
- Eso es interesante ! Y gallinas ?
- No.
- Nada es perfecto – suspiró el zorro.
Pero el zorro volvió a su idea:
- Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y además, mira ! Ves, allá lejos, los campos de trigo ? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. Y eso es triste ! Pero tú tienes cabellos color de oro. Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado ! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...
El zorro se calló y miró largamente al principito:
- Por favor... domestícame ! – dijo.
- Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, domestícame !
- Qué hay que hacer ? – dijo el principito.
- Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente el principito regresó.
- Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad ! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos.
- Qué es un rito ? – dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves es un día maravilloso ! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se aproximó la hora de la partida:
- Ah! - dijo el zorro... - Voy a llorar.
- Es tu culpa – dijo el principito -, yo no te deseaba ningún mal pero tú quisiste que te domesticara.
- Claro – dijo el zorro.
- Pero vas a llorar ! – dijo el principito.
- Claro – dijo el zorro.
- Entonces no ganas nada !
- Sí gano –dijo el zorro – a causa del color del trigo.
Luego agregó:
- Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.
El principito fue a ver nuevamente a las rosas:
- Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.
Y las rosas estaban muy incómodas.
- Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
Y volvió con el zorro:
- Adiós – dijo...
- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.
- Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.
- Es el tiempo que he perdido en mi rosa... – dijo el principito a fin de recordarlo.
- Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
- Soy responsable de mi rosa... - repitió el principito a fin de recordarlo.

Certeza

Cada día
tengo la certeza mas certera
que no comprendo este planeta

jueves, 9 de junio de 2011

Preguntando

¿Existe la redención sin castigo?

miércoles, 8 de junio de 2011

Hoy

Hoy me sentí sucio
sin estarlo
ajeno
completamente ajeno
a la imagen que me devuelve el espejo.
Como un condenado
que clama su inocencia
y al final cae rendido
por el peso de la horca
inexorablemente.

martes, 7 de junio de 2011

Cronología de un final no anunciado (ii)

Le dije señor q tal soy Pedro se acuerda de mi?
¿Qué fue de su hija?
Me dijo cómo ¿no sabes?... ella murió.
Suárez Vértiz. Talk Show.

07:00
Ya era 06 de junio. Todo estaba consumado en ese instante. El parte policial dictaminó que la hora aproximada de tu deceso fue a la medianoche. A esa hora todos en casa dormíamos plácidamente ignorantes de lo sucedido. Quizá alguno de nosotros tuvo frío o se levantó por la noche a orinar. Pero ninguna de esas cosas fue relevante como para advertir que detrás de tu puerta -permanentemente cerrada- no estabas (no estarías) nunca más.

08:00
Me levanté y a regañadientes me metí a la regadera. Hacía frío, pero no había dinero para comprar una terma. El escaso sueldo de mamá y mi hermano alcanzaba apenas para pagar la pensión de la Universidad. Tomé un ralo desayuno, me puse ese terno plomo que acababa de estrenar no hace mucho y del que estaba orgulloso (mi primer terno adquirido con mis propinas de practicante) y me encaminé a clases. Luego al estudio.

12:00
Alguien tocó la puerta de mi casa. Mi mamá esta sola. Era una señora acompañada de un cura. Sus rostros estaban lívidos y tartamudeaban al hablar. Le preguntaron si es la casa de Cecilia. Mi madre contestó con un sí afirmativo con la cabeza. El padre comenzó a hablar de Dios, del cielo, de un mundo mejor donde el cuerpo no sufre y el alma sonríe por toda la eternidad. Mi madre lo escucha como en medio de un sopor, de una neblina, de un sueño. "Su hija ha muerto", le dice de pronto al ver que no comprendía. "Quiero verla", responde. "Quiero verla", repite.

12:30
Fue sencillo llegar. El hotel quedaba a pocas cuadras de la casa. Hasta en eso habías pensado, Cecilia. No sería prudente hacer caminar a mamá tanto. En el camino se encontró con mi tío Francisco. Una hora después llegó Darío, quien telefoneó a mi otra hermana explicándole lo sucedido. No pudo terminar lo que estaba diciendo, pues mi hermana se desplomó en un llanto que parecía no acabar nunca.

15:00
Los presentimientos. No suelo creer en ellos, pero aquel día no sé por qué motivo decidí salir más temprano del Estudio y en vez de dirigirme a la Universidad a estudiar -como siempre- encaminarme a mi casa. Fue mi cuñada quien me comunicó lo ocurrido. Recuerdo que llevaba el terno puesto. Me desnudé y me coloqué cualquier cosa sobre el cuerpo. Salí como un demente, en dirección al hotel, a pocas cuadras de mi casa. Mis piernas me ardían del esfuerzo, pero eso no me importaba. Cómo odié no poder correr más rápido en aquel momento. Mis torpes piernas no ayudaban.

15:10
Llegué con el alma en vilo. Estaba agitado. Afuera divisé una camioneta de la Policía. "Soy su hermano", les dije. No me dijeron nada, solo se hicieron a un lado. En el interior estaba mi madre, mi tío Francisco y Darío. Mi mamá me abrazó. Sus manos parecían una garra que de un momento a otro destrozarían mi cuello. Darío, como siempre, tenía el rostro imperturbable y esa expresión de tranquilidad que oculta la desesperanza. Quise entrar. "Mejor no", me dijo mi tío Francisco. "No se puede quedar aquí", dijo la casera de pronto, rompiendo el silencio. "La muerte solo trae problemas". "Y mala suerte", remató.

15:30
Decidimos que entraríamos Darío y yo. La Policía había ingresado antes y cubierto su cuerpo con una sábana. Suspiré aliviado. Al menos no la vería en ese estado. Él la cargó de la cabeza y yo de los tobillos. Por debajo de la sábana, sentí su cuerpo rígido y frío, como de esos animales que encuentras atropellados en la calle.
Bajamos por las escaleras a tropezones. Parecía más pesado que nunca. Lo pusimos sobre la tolva de la camioneta. "Hay que llevarla a la morgue", nos dijo el Policía. "Luego ya se verá que hacer con el cuerpo". Nos subimos al auto de mi hermano, en silencio y seguimos el auto de la Policía en el que Cecilia yacía dado tumbos, mientras recorría las frías calles de la Ciudad de Piedra.

lunes, 6 de junio de 2011

6 de junio

Hoy fue un día particularmente solitario
sólos tú y yo
y el resto del mundo
ignorándonos.
Hoy leímos juntos
una historia de Cortazar
que presumo -por tu silencio-
te deleitó hasta el extremo.
Hoy fue un buen día
limpié tu lugar con esmero
arranqué la mala hierba que casi llegaba a tu lecho
descubrí con agua las letras que ocultaban tu nombre
adorné tu habitación con media docena de girasoles.
Luego me quedé dormido sobre tu lecho
debajo, enredada entre hierba y tierra húmeda reposa tu cuerpo.
Esa tarde soñé que intentaba abrazarte
-vanamente-.

domingo, 5 de junio de 2011

Cronología de un final no anunciado (i)

19:00
Probablemente ya llevabas las pastillas contigo, compradas a algún inescrupuloso boticario que si conociera su identidad ya estaría en prisión hace mucho tiempo. Intuyo que tenías clara la decisión que tomarías algunas horas después. Llevabas dinero contigo. Ese no fue un problema.
Había que escoger un lugar. Quizá en ese momento pensaste en mamá. Decías que no, pero sabías bien lo mucho que la querías. Pensaste lo terrible que sería para ella llegar hacia ti y descubrirte en ese momento de dolor.
Hacía frío esa noche. Saliste poco abrigada, con una casaquita de color morado y una falda color negro. Estabas bonita, como en esa foto que llevo clavada en mi mente. Buscabas un lugar. De pronto alzaste la mirada y lo encontraste.

21:00
En paralelo, yo bajaba del colectivo que me devolvía de mis clases de inglés. Supongo que llegué a la casa, saludé a mi madre y cené tal y como lo hacía todas las noches. Probablemente noté tu puerta cerrada, pero ni siquiera pensé en ello. Hace muchos años que esa puerta se había cerrado para mí. Para los demás. Para todos excepto para ti. Me puse el pijama, quizá leí un poco y luego dormí.

22:00
Tuviste hambre. Tu cuerpo te exigía lo que todo cuerpo exige a su dueño: vivir. Y para vivir debías de alimentarte. Bajaste de la habitación que habías alquilado y le preguntaste a la regente si vendía algún tipo de comida. Te contestó negativamente pero se ofreció a conseguirte algún tipo de sopa de un puesto cercano. "Súbeme cualquier infusión", le pediste. "Mañana tengo un examen importante y debo estudiar toda la noche. Que nadie me moleste por favor", concluiste.

23:00
¿Lo habrás dudado en algún momento antes de ingerirlas? Tenías la bebida caliente que la regente te acababa de subir. Quizá la última oportunidad de algún contacto humano hiciera que desistieras de tu propósito. Pero no fue así.
Tu estómago vacío te exigía algún tipo de comida, pero eso parecía ya no importarte. Abriste la boca (tu hermosa boquita rosada que tantas veces se quebró en una sonrisa) y comenzaste a introducir en ella una a una las pastillas que llevabas en una bolsa: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10... Quizá llorabas cuando llegaste a la última. Jamás sabré eso.

23:15
Llevabas un papel y sacaste un lapicero de tu cartera. También eso lo tenias dispuesto. Iniciaste con un "Querida familia..." y nos comenzaste a mencionar uno a uno hasta que llegaste a mi nombre. En algún momento de la misiva tus trazos empezaron a perder forma, las letras se confundían unas con otras hasta que se diluyeron finalmente en una línea.
¿Te habrás arrepentido en aquel momento? ¿Habrás querido retroceder y habrá sido muy tarde? ¿Habrás querido llamar por teléfono como en el poema de Ernesto Cardenal? ¿Habrás pensado en Dios, en nosotros, en mi? ¿Habrás pensado en él?

23:45
Todo esta consumado. Hace frío pero no lo sientes ya. Tu cuerpo descansa en posición fetal sobre la cama, en medio de la soledad de la habitación. Es una escena hermosa. Si fuera pintor, pintaría quizá un cuadro con ella.
Aún no dejas de respirar pero ello es solo cuestión de tiempo. Tu muerte será consecuencia de un edema pulmonar, que dictaminará el parte médico al día siguiente. Ya es 06 de junio.
....
....

Oración por Marilyn Monroe
de Ernesto Cardenal

Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de
Marilyn Monroe
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia
(según cuenta el Time)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también más que eso...
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz)
Pero el templo no son los estudios de la 20 th Century-Fox.
El templo de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20 th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y radioactividad
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda.
Que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos
-el de nuestras propias vidas- Y era un script absurdo.
Perdónala Señor y perdónanos a nosotros
por nuestra 20 th Century
Por esta Colosal Super-Producción en que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes
para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda, Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena-
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleada de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y apagan los reflectores!
y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan sólo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER.
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Angeles
¡contesta Tú el teléfono!

sábado, 4 de junio de 2011

Los que quedamos

¿A donde van los tristes soldados cuando termina la guerra?
¿A sus casas, al calor de una familia,
o el que solo tiene llagas, el infinito estigma,
no paseará por los campos de margaritas
añorando una juventud extinguida en el fuego de esta vida?
Blog de una virgen suicida

Ellos se van pero ¿que pasa con los que quedamos con el permanente dolor de su recuerdo?
A veces (perdóname, Cecilia) pienso que de todas, a ti te tocó la decisión más fácil: unas horas de titubeo, un momento de determinación, quizá un tardío arrepentimiento y luego nada. La oscuridad, la soledad y la noche.
Somos nosotros los que quedamos, los que tenemos que seguir arrastrándonos día a día. Es a nosotros a quien nos toca despertar cada mañana y darnos cuenta que ya no estas, que no fue un mal sueño o el inicio de una pesadilla que se repite. Es a nosotros a quien nos toca ir al trabajo y hacer frente a la vida. Y también a la muerte.
Es cuando nos percatamos que tú ya no estás pero el mundo sigue girando, como en esa novela que te gustaba tanto. La gente sigue riendo, viviendo, muriendo. Un día nos sorprendemos en un bautizo, en un matrimonio y también en un velorio o entierro de alguien que ha muerto y de pronto pareciera que se minimizara nuestra experiencia, pero en el fondo de nuestros corazones sabemos que no es así: una vez que la muerte te toca con sus alas, difícilmente podrás escabullirte de ella. Te perseguirá hasta los rincones más ignotos , hasta los abismos más recónditos de tu corazón. Querrás huir de ella y no podrás.
A veces es significativo como personas que ni siquiera los conocieron en vida, los recuerdan o albergan en su cabeza una suerte de recuerdo que no es sino el rompe cabezas construido en base a los recuerdos de otros. Es el caso de mi sobrino por ejemplo, que jamás la conoció y sin embargo habla con tal naturalidad y pronuncia su nombre como si la hubiere conocido de toda una vida. Incluso se sabe la fecha de su cumpleaños y otros detalles que no vale la pena mencionar.
Somos los que quedamos lo que sin saberlo -o sabiéndolo y no aceptándolo- formamos una masa compacta e indestructible unidos por el recuerdo de los que ya no están. Ellos se han ido, nosotros quedamos. Ellos descansan ya de esta vida, a nosotros -soldados de esta vida- nos toca seguirla viviendo. No hay opciones.

viernes, 3 de junio de 2011

Ella murió de 26

“¿Qué se puede decir de una chica de veinticinco años que murió? Que era linda. Y brillante. Que le gustaban Mozart y Bach. Y los Beatles. Y yo. Una vez, cuando me mezcló adrede con esos tipos musiqueros, le pregunté en qué orden me colocaba y ella contestó sonriendo: "Alfabético". Yo también sonreí entonces. Pero ahora que lo pienso bien, desearía saber si me ponía en la lista por mi nombre de pila -en cuyo caso estaría detrás de Mozart-, o por mi apellido -en cuyo caso estaría entre Bach y los Beatles-. De cualquier modo no me tocaba el primer puesto, lo que por alguna estúpida razón me perturbaba hasta sacarme de quicio (…)”
Erich Segal. Love Story.


Ciudad de Piedra, 04 de junio de 2011

Querida Cecilia

¿Llegará esta carta a su destino?
Te escribo porque no encuentro otra manera, además de mis sueños, de comunicarme contigo.
En los sueños soy un muñeco de las circunstancias, donde me enredo en tramas absurdas y jamás termino diciéndote lo que quería, como en ese cuento de García Márquez que era nuestro favorito y lleva entre sus letras el color azul.
Es cómico y patético a la vez que este sea el titulo de un cuento que intenté escribir por muchos años hasta que finalmente lo logré.
Es cómico y patético también que de pronto se estén desarrollando una serie de eventos en mi vida y de pronto me sienta más solo que nunca. En la más profunda orfandad del extravío. Y el desvarío, como diría Daniel F. Dicen que estoy acompañado, pero la verdad me siento muy solo. Podría ser una copla o la melodía de un vals, pero así me siento.
Parece increíble que dentro de unos pocos días se cumplan 10 años desde que te marchaste. Sin notificación previa o pre-aviso que valga: un día regresé de mis prácticas y mi cuñada me comunicó que ya no estabas. "Eduardo, me dijo, te voy a decir algo pero tienes que ser fuerte: Cecilia ha muerto".
Te pido perdón, Cecilia, porque en ese momento fui terriblemente imbécil, absolutamente mortal y pensé: "si es Cecilia esta bien, lo peor hubiese sido que sea mamá".
Uno no está preparado para ese tipo de noticias y por supuesto yo no lo estaba. Han pasado 10 años y todavía no lo estoy.
En ocasiones recuerdo poco de ti, mi memoria va construyendo a modo de red de pescador remendada la historia de tu existencia. Pero en mis sueños eres vívida, completamente real y palpitante.
Si, Cecilia, te suelo soñar demasiado. Mi madre dice que te comunicas de alguna manera conmigo. Yo, la verdad, no sé si es tu deseo de comunicarte con alguien lo que me hace soñarte con tanta frecuencia o es algún tipo de culpa que a modo de espina me carcome el corazón.
Toda la semana pasada por ejemplo te he soñado.
Es contradictorio porque soñarte me mantiene de alguna manera ligado a ti, a tu memoria, al recuerdo de cómo eras. Pero al mismo tiempo soñarte me coloca de golpe frente a la realidad, una realidad en la que tú ya no estás y nosotros sí.
Y que duro es despertar y no hallarte, Cecilia. Y que duro es despertar y saberse solo y darte cuenta que fue sólo un sueño, que ya no estás. Nunca más. Nevermore, diría el cuervo de Poe.
Mi madre dice que estás en el cielo. Yo no sé si creerle a mi madre o a los curas con quienes he platicado sobre las consecuencias de tu proceder. En todo caso, dondequiera que estés te imagino siempre como te vi en esos últimos días: con tus dos colitas lado a lado, desprovista de maquillaje, embutida en un pantalón de lana marrón y una inmensa chompa que había pertenecido a mamá y de la que te apoderaste.
Para nosotros no había trajes elegantes ni maquillaje elaborado, Cecilia. Eras tú, de la manera cómo te levantabas y de la misma manera en que, por la noche, te ibas a dormir. Nosotros no importábamos o al menos eso querías hacernos pensar.
Quizá el tiempo ha deformado el recuerdo que tengo de ti, Cecilia, pero a veces asoman a mi mente recuerdos extraños, recuerdos en los que capto de pronto una mirada, un movimiento de tus inmensas pestañas, en los que de pronto tus labios se entreabren y se muestran amigables, en los que tu mano tapa tu boca que se perfila en forma de grito y que al final termina por convertirse en una vibrante carcajada, donde te ríes de nosotros, te ríes con nosotros, Cecilia. Y ya no existen más los rostros adustos en la mesa, ni tu mirada pétrea clavada en el borde de la mesa, sino solo sonrisas y más sonrisas compartidas.
Hay ocasiones en que no puedo dormir y me pongo a pensar en ti hasta que de pronto me doy cuenta que ya amaneció. Hay otras, donde me embadurno el alma de pastillas que me transportan a lugares ignotos de donde despierto como si acabara del beber las aguas del mágico leteo: sin recuerdos.
Pero por lo general no dejo pasar un día sin que piense en ti, Cecilia.
Yo no tengo una idea muy clara del cielo y el infierno. O del purgatorio. O de una escena como en la novela de Dante. Mi visión de las cosas es más terrenal y mundana: ella ya no está y su ausencia me agujerea el pecho a diario.
Van a cumplirse 10 años, Cecilia, que rápido pasa el tiempo, caracho. Hoy casi tendrías 36 y estarías peinando, probablemente, sólo probablemente, tus primeras canas. Quizá estarías casada, quizá tendrías hijos. Quizá sería tuya esa hermosa niñita de vestido organdí que en ocasiones descubro espiándome en mis sueños.
Leo de pronto una página al azar de mi viejo diario y de pronto caigo en la cuenta que las cosas no han variado mucho desde que te fuiste. Todavía conservo ese saco marrón que me protegió del frío mientras esperaba por ti, en la calle, afuera, frente al edificio de la morgue. Todavía conservo muchas imágenes y vivencias de esa fría semana de junio en la que te fuiste, en la que el viento me taladraba tu nombre.
Debo reconocerlo, Cecilia. Pueden haber pasado 10 años, pero el viento todavía me grita tu nombre.
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17 junio de 2001 (extracto de un diario)
Estamos 17 de junio, y han pasado tantas cosas en mi vida.
Mi hermana, mi vida –porque uno a veces no sabe quiénes representan pedazos de su vida hasta que la pierden- falleció el miércoles 6 de junio. Tenía sólo 26 años. Mi compañera de toda la vida, con quien pasé una infancia feliz. La creadora de todos mis juegos, ella, no está más.
Simplemente decidió no vivir más sin amor, porque –ahora lo sé- las personas morimos en vida también cuando no tenemos el amor que deseamos.
No puedo escribir mucho. El ánimo me ayuda muy poco.
He pedido licencia en el trabajo hasta quincena de julio. Ni trabajar bien puedo por estos días.
Aún hoy, se me hace difícil hacerme la idea que no oiré más su voz, que no veré más su delgada figurita paseando por las calles, que sus graciosas colitas con las que a veces adornaba su rostro, no ondearan más con el viento...
Y como leí alguna vez, no sé en donde, no puedo dejar de pensar a cada momento en ella: el viento me grita su nombre.
(...)