lunes, 28 de marzo de 2011

Diario de un perro azul (XIX)

Hace mucho que deje de escribir en este diario y hoy lo retomo.
Quizá porque han pasado cosas muy rápidas en mi vida y no he tenido tiempo de sentarme a reflexionar sobre ellas.
Quizá porque andaba ocupado en otros asuntos. Quizá porque me he vuelto un ocioso en términos artísticos.
Quizá por tantas cosas que no quiero explicar.
A veces siento que las riendas de mi existencia se me han ido de las manos.
En el pasado había ocasiones en que tenia la certeza -casi- de lo que quería.
Hoy todo se ha vuelto gris, casi relativo.
Había en ese entonces una sola cosa en mi mente. Mi tarea era encontrar quien perfilara mi mente de la mejor manera. Encontrar el arte era mi necesidad, mi tarea.
Con el tiempo se convirtió en mi perdición, en mi caída.
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Cuestione durante mucho tiempo su necesidad, luego que la vida me enseño a golpes que detrás del arte se esconde muchas veces el rostro obtuso de la maldad.
Mi aislamiento y soledad impenetrable son un rezago de esos días.
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Ha pasado mucho tiempo de ello. He navegado en aguas profundas y mares tempestuosos. He llorado y he reído. He soñado. Eso si, sobre todo he soñado.
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En ocasiones extraño esos tiempos en los que la vida era un sueño. La vida era el sueño. Uno podía pasarse el tiempo soñando. No había mas que la vida y el sueño.
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He pensado mucho si uno debe renunciar a sus sueños por una dosis de realidad.
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He pensado si esa dosis de realidad no es sino otra cosa que un sueño vuelto a soñar, pero de otra manera.
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Soy una persona simple, me gusta estar solo, las películas en blanco y negro, adoro a Cortazar a Nabokov y a Maupassant. Tengo alguna que otra manía. Me gustaría tener una gata tricolor. A veces se me salen las lagrimas cuando leo "Veintiséis y una". Tiendo a deprimirme cuando recuerdo eventos tristes. Imagino que nada de eso me hace excepcional.
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A veces me siento frente al ordenador y escribo. Como tantos miles de personas como yo lo hacen en diversos formatos y medios. Tampoco ello me distingue de los demas.
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Cuando era pequeño tenia mas clara la diferencia. A veces me gustaba recostarme en el manubrio de mi bicicleta y mirar a los lejos esas bandadas de jóvenes que salían de la escuela y mas adelante de la universidad o la iglesia. En ocasiones los observaba con envidia (sentirse parte de un grupo era en estas ocasiones una necesidad). En otras me invadía una cierta dosis de superioridad. Mi aislamiento era casi una notoriedad.
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Sentí la diferencia el día que me senté frente a una hoja de papel y escribí mi primera historia. Esa noche descubrí que mi vida tenia un sentido.
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Conozco mucha gente cuya vida no tiene sentido. Tener sentido no quiere decir ser unico. Tampoco ser exclusivo. Es simplemente encontrar aquello que te define como un ser propio y a la vez ajeno a los demás. Si tuviera que pedir que me recuerden por algo seria por todas aquellas cosas que he escrito. Si tuviera que dejar una herencia seria esa. Si tuviera que profesar amor a alguna persona seria de esa manera.
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Las mujeres por lo general han amado lo que he escrito. Luego me han querido. Por lo general ese orden se ha mantenido inalterable salvo alguna que otra excepción tortuosa. Y han amado lo que hago aun a guisa de no entender ni un ápice sobre ello. Hay algo de belleza y de sublime en no entender lo que dices amar o amara mas allá del entendimiento.
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El tiempo -y quizá también alguna que otra lectura de Borges- me ha enseñado lo peligroso que pueden ser los espejos. He aprendido a dejar de buscar verme reflejado en alguien mas de idéntica manera como me vería frente al espejo. Un espejo puesto frente a otro refleja la monstruosidad de sus mutaciones: las imágenes son infinitas.
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A veces quisiera alguien a quien pintar. A veces me gustaría ser el lienzo en blanco de alguien que se animara a perfilar unos tenues trazos que definan el comienzo de una historia. Como en esos cuentos que se les lee a los mas pequeños y que comienza con un "Había una vez...".
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A veces me gustaría dejar de tener ese sueño recurrente en el que despierto y ya no estas (again).

Me gusta todo de ti (pero tú no)

Me gusta todo de ti
(pero tú no).
La frase constituye más que el título de una trillada canción de Joan Manuel Serrat.
El contenido esconde una gran verdad que trasciende a la letra misma de esta melodía.
En ocasiones me he preguntado qué es lo que realmente debe buscar uno en esa persona que denominamos "la elegida". ¿Es el azar el que determina ello? ¿Debemos ser precavidos y planificar y hacer una lista de cualidades como quien va de compras al supermercado y va revisando uno a uno: "medio kilo de carne, tres cuartos de limón..."
¿Qué factores interviene en una decisión que probablemente nos marque para todo la vida?
Vengo de una familia disfuncional de matrimonios frustrados, lo cual de por sí, me hace bastante reticente a la idea de un amor para toda la vida. Reticente pero no ajeno a la utopía por cierto. A fin de cuentas soñar no cuesta nada, engorda y no mata.
Una cosa es dudar sobre la existencia de Dios, otra diferente tener la certeza que ello efectivamente es así. Por si las dudas, de vez en cuando rezo. Por la misma razón de vez en cuando pienso "¿y si fuera verdad?".
Hace no menos de 15 días leí un interesante artículo escrito por un psicologo que citando a un economista decía algo así como que en el amor uno elige lo que conviene a sus necesidades. No hay una suerte de selección sujeta al azar sino es mas bien parte de un plan que debe ser preconcebido con mucho cuidado. Uno, decía, elige finalmente a la persona con quien va a convivir toda su vida. Pero no solo eso. Uno elige quién probablemente nos cuide y a quién uno proteja del mismo modo. Uno escoge no solo un compañero, sino un cómplice con quien compartir el ocaso de la vida.
No soy ingenuo, muchas veces he escrito que no puedo escribir de amor y es verdad. Tampoco lo pretendo hacer ahora. Simplemente intento reflexionar sobre los factores que rondan alrededor de la elección de alguien en particular. Cada quien sacará sus propias conclusiones según su experiencia, deseos y expectativas. Yo aun no tengo las mías.
Lo cierto es que uno elige una parte de su futuro. Uno elige más que un amante, un compañero con quien compartir. En alguna ocasión leí (o alguien me dijo, no recuerdo bien) que el elegido debe ser alguien con quien te guste departir, con quien nunca te canses de hablar. Al final el romance se apaga, el sexo pasa a una segundo (o tercer o cuarto plano) y solo quedan dos viejos con cara de pasa -probablemente sin dientes- hablando sobre la vida.
En más de una ocasión he intentado representarme en una situación similar. Debe ser la razón por la cual permanezco soltero. Determinar a quien entregar mi vida y a su vez elegir a la persona que debo cuidar no es trabajo fácil.
Hay muchas personas que me gustan. A algunas les gusto yo, a otras quizá no. A veces me gusta mirar fijamente a las personas e imaginarlas 40 o 50 años por delante y pensar ¿Sonreirás de la misma manera cuando ya no tenga cosas interesantes que decir, cuando probablemente todo lo que se me ocurra no sea sino una repetición de lo que te haya contado ya mas de cien veces? ¿Seguirás allí cuando te des cuenta de lo molesto que suelo ponerme cuando me enfermo, cuando te percates que eso que creías particular en mi se vuelve obsesivo con el transcurrir de los años? ¿Soportarás mi arrebatos, mis sueños locos, mis frustraciones, mis alegrías o mis penas? ¿Soportarás que me enferme, que me vuelva débil, quizá senil, que me convierta en un viejo decadente al que hay que cuidar como si se tratara de un niño? ¿Estarás allí cuando reclame a viva voz que tengo un tercer zapato e insista en ello, aún cuando me insistas que sólo poseo dos?
Conozco gente que nunca eligió. Que prefirió no aventarse al vacío. Sé de personas que hoy están solas y se ufanan y gritan al viento que ello ha sido su mejor elección.
Hay personas que jamás elegirán. Otras que jamás serán elegidas. Otras que elegirán y se arrepentirán de haberlo hecho el resto de su vida. Algunos elegirán al equivocado y se pasaran todo el resto de su vida pensando en el que debió haber sido y jamas fue. Finalmente, otros, quizá los menos, elegirán al compañero, al amigo. Como bien decía Aristóteles, el amor no es sino una suerte de amistad.
Decir me gusta mucho de alguien no es suficiente en estos días. En realidad no creo que lo haya sido nunca. Serrat decía "Me gusta todo de ti (pero tú no)". Esa frase encierra una gran verdad, guste o no. Nos es cuestión de gustos sino de algo más. Eso es lo que precisamente me aterra: el no llegar a descubrir que es eso más.

viernes, 4 de marzo de 2011

¿Recuerdas cuando pintabas?

Aún recuerdo esos días en los que me gustaba acompañar mis pasos, camino a la escuela, con un libro de historias y una canción escondida a media tinta entre los labios.
De los libros que leía en esos tiempos recuerdo poco, pero la canción la tengo presente en mi memoria, incluso hasta hoy.
Era una vieja tonada de un -ahora desvencijado actor y cantante- llamado Guillermo Dávila, quien por ese tiempo era una suerte de galán novelero de muchachitas quinceañeras (Wikipedia lo define como "el ídolo de esta generación" haciendo referencia a los inolvidables años 80).
La canción, para las personas que quieran hacer memoria, empezaba algo así como:
"Me pongo a pintarte y no lo consigo, después de estudiarte, lentamente termino pensando, que falta sobre mi paleta, colores intensos que reflejen tu rara belleza".
Me gustaba que esa melodía me acompañara los aproximadamente quince minutos que demoraba mi caminata de mi casa al colegio y del colegio a mi casa. Durante ese transcurso, la entonaba una y otra vez de manera metódica, dándole una connotación distinta en cada oportunidad que lo hacía.
Había algo en su contenido, en la sencillez de su letra, que simplemente me mejoraba el día, cualquiera que hubiere sido el desenlace de este.
Había también por supuesto alguna que otra musa que por aquel entonces hacía suspirar mi corazón infantil, con un amor puro, sincero, desprovisto de esa connotación que la adultez trae consigo.
Una de ellas era Gabriela. La otra se llamaba Lourdes. Ambas llenaban mis días de mil fantasías en las que de pronto yo aparecía como esos galanes de esas películas desvencijadas y en blanco y negro que veía por las noches con mi hermana. En esas fantasías, aparecía como alguien similar a un héroe, una suerte de conquistador prehispánico que las enamoraba con mi verbo florido y mi personalidad arrolladora. Todo, por supuesto, completamente alejado de la realidad, de mis manos sudorosas y mi timidez extrema que no me permitía articular mas de tres palabras sin ruborizarme.
Yo entonaba las canciones de Guillermo Dávila y pensaba en Gabriela o en Lourdes. Lo más probable era que ellas no pensaran o repararan en mi, pero en las fantasías que construía camino a la escuela, sí. Creo que fue en aquellos días cuando comencé a urdir en mi imaginación mis primeras historias. Cosa particular y paradójica, pues siempre he afirmado que no puedo escribir historias de amor.
Recuerdo que antes de iniciar con la consabida tonada de Guillermo Dávila susurraba en mi interior: "Para Gabriela" o "Para Lourdes" y aquella fórmula mágica bastaba para que la canción adquiriera un significado especial. Probablemente era demasiado pequeño para comprender lo que significaba el amor (quizá nunca sea lo suficientemente "mayor" como para entenderlo) pero en ese tiempo las cosas me parecían más simples de lo que se volvieron mucho tiempo después, cuando adquirí algo de aplomo a fuerza de proponérmelo y aprendí a esconder el sudor de mis manos.
A medida que pasó el tiempo, la imagen de Lourde o Gabriela se ha ido deteriorando como una vieja pintura que reclama urgente su restauración: los trazos se confunden unos con otros y se me hace complicado diferenciar la entonación de las cejas de la expresión de sus miradas y la tonicidad de sus labios. La canción de Guillermo me hace recordar esos tiempos con mucha nostalgia, aspiraba crecer pronto, ser adulto para poder conseguir una novia linda, enamorarme de ella y hacer que se volviera loca por mi, como en los cuentos de hadas y las historias que culminan con un final feliz.
Ahora se que no todas las historias culminan con un final feliz, que los cuentos de hadas, de faunos, de duendes mágicos y unicornios azules que se pierden para luego ser encontrados, no existen. No obstante en ocasiones, me gusta cerrar los ojos en la oscuridad de la habitación, musitar "Para..." y empezar un tarareo bajito que inicia con un "Me pongo a pintarte...".