lunes, 13 de diciembre de 2010

Querida hijita

Querida hijita:
Se que te parecerá algo tonto que empiece esta carta de esta manera tan anticipada, sobre todo porque todavía no naces, ni siquiera has sido remotamente concebida o constituyes un proyecto a mediano plazo.
Pero hay algo en mi que me obliga a hacerlo, quizá la necesidad de transmitirte toda esa sarta de sentimientos que hace mucho tengo albergados en mi cabeza y en mis sueños más recurrentes.
He soñado tantas veces contigo que hasta he parado de contarlas. Ayer nada más te vi nuevamente mientras dormías: te veías preciosa con tu vestiditito organdí, con esos ojazos inmensos que parecían comerse toda mi esperanza. Tu cabello alborotado y rizado se enfrentaba, desafiante, al mundo entero y a ulular del viento.
Es difícil explicarte, hijita, las múltiples sensaciones que se depositaron en mi alma en ese momento. Sentí un amor inmenso como jamás lo he sentido, la culminación de mi trabajo final y más perfecto. El cuento más pulcro, la historia mejor lograda, la novela perfecta finalmente culminada.
Yo sé que aún serás muy pequeña cuando descubras esto y comiences a leerlo y no comprenderás como tu loco padre (un verdadero loco calato) se adelantó algunos años para imaginarte y comenzar a amarte.
Porque lo cierto hijita, es que aún no existes y de alguna extraña manera siento que ya te amo, que formas partes de mis días (y noches, hijita, sobre todo, mis largas y a veces tan delirantes noches). Que haces que mis semanas y meses -antes monótonos y rutinarios- tengan ahora un color especial y un sentido.
Te confesaré hijita, con algo de vergüenza, que tu tonto padre tiene un nuevo pasatiempo: pasear por centro comerciales y visitar escaparates de ropa para niñas. Y voy haciendo miles de combinaciones en mi mente y de pronto te veo con tu polera playera y unos lentes de sol diciéndome "¿me llevas a la playa papito?" y yo "vamos a la playa" aunque no me guste mucho la idea de andar despellejándome en el sol; o con un pantalón y polera abrigadora, mitones en las manos y bufanda en el cuello, pidiéndome que te cargue, que hace frío, que ya te cansaste de caminar, todo ello comprimido en una única expresión y una arrobadora sonrisa: "¿caballito?". Y tu gentil padre se convertiría de pronto en un dócil equino dispuesto a llevar a la doncella al trote, al paso largo, al galope marcial, según tus deseos.
Te preguntarás hijita, a donde me lleva toda esta disgresión. A ninguna parte, como es obvio, como la mayoría de las disgresiones alojadas en este blog. Las plantan requieren agua, el día tiene su noche, los animales requieren alimentarse para vivir. Yo, hijita, requiero justificar mi existencia imaginándote crecer aunque todavía no existas.
Imaginarte es una manera de ser feliz. Te imagino correr, alborotada, en tus clases de piano, quizá bailando algo de ballet, pintarrajeando con plumones de todos los colores las paredes de tu habitación, y sobre todo leyendo y cantando. Si, cantando, hijita.
Nos imagino también dando largos paseos por el parque mientras tu me vas preguntando el significado de las cosas "¿Y eso para que sirve papi?". Y yo intentaré contestar de modo adecuado tus preguntas, mientras en otras, no me queda más remedio que inventarlas al vuelo, mientras tu me me miras con una carita de insatisfacción como pensando "¿A quien cree que engaña este señor?".
Y sin embargo, aunque conoces bien el significado de las cosas me dejas mentir hijita, me dejas sentirme importante, super-papa, el hombre que todo lo sabe, una enciclopedia andante, la fuente de todo conocimiento.
Y los papeles se invierten hijita: de pronto soy yo quien requiere de protección, de tus manitas que hacen que olvide la soledad de mis días, de tus ojitos inmensos que hacen que vea los días cada vez menos grises y hasta con una pizca de color.
Porque hay algo muy cierto hijita: todavía no naces y ya formas parte de mi rutina diria, me gusta imaginarte mientras conduzco, mientras me dirijo al centro comercial, encontrarte en la sonrisa de otros niños y en la mía propia que a veces sorprendo en el reflejo de un espejo.
Algún día tú y yo saldremos a enfrentar el mundo, hijita. Con la mirada perdida en el horizonte, con el saco roto de nuestros sueños enfundados en un morral azul, con tus pinturas, tu estuche de crayones,tus zapatillas de ballet y mis torpes relatos escondidos en mi viejo cartapacio. Y haremos frente a la dejadez, al olvido, a la muerte. Y seremos peligrosos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Despertar

Ayer se quebró finalmente como una bola de cristal.
Despertó de un sueño muy largo y se dio cuenta que durante el sueño soñó a su vez que dormía y soñaba la pesadilla de otro.
No hubo sobresaltos, ansiedad o tristeza. Solo un sentimiento de decepción clavado muy fijo en el pecho.
Se acomodó las gafas y observó la gigantesca mole de agua que bloqueaba su paso hacia el otro extremo.
Levantó los hombros, escondió las manos sudorosas en sus bolsillos. Dio un paso vacilante, luego dos, tres, cuatro.
Sus pies se mojaron al primer contacto con el agua. Sintió frío. Luego un ligero temor que recorrió su espalda.
Siguió caminando, casi sin respirar, hasta que terminó de cruzar el lago.
Ya en el otro extremo dio la vuelta. Miró con nostalgia la otra orilla. Recordó que también había soñado ese momento, en el que que esa orilla era parte de la pesadilla de otro.
Recordó también cuánto había amado esa orilla y se presentaba ahora vacía frente a sus ojos: una orilla desprovista de condición especial, carente de atributos que la particularizasen, una orilla mas.
Sintió pena por él, por la orilla que se quedaba sola al otro lado del lago, por la historia que dejaba partir finalmente.
De pronto se dio cuenta que no había historia realmente, apenas una orilla vacía, nada mas. Dio media vuelta y se marchó caminando, caminando.
No había sendero trazado, pero iba formando un nuevo camino al andar.