viernes, 14 de mayo de 2010

Negro porvenir

- ¿Y que es lo que te gusta de ella? -le pregunté.

- Todo- me contestó. Su sonrisa, su mirada, su cabello frondoso. Y sus aretes. Me gustan pensar en aquellos aretes colgantes e inmensos flotando en el vacío.

Pensé en lo que me decía por unos instantes. Me hubiera gustado contestarle, emitir alguna expresión de aprobación o alguna palabra de aliento. Pero simplemente permanecí en silencio mientras él continuaba hablando... Yo había dejado de oirle hace mucho.

- ¿Me estas escuchando? - preguntó de sopetón.

- Claro que sí - mentí. Y volví a sumergirme en el vacío.

Pensé que no era la primera vez que veía algo así. Recordé a mi hermano y la primera vez que conocí a Carla. Quizá suene ridículo lo que voy a escribir, pero cuando la vi me pareció la chica mas linda del mundo. Perfecta no hubiere bastado para describirla como la recuerdo. Llevaba un vestido a cuadros ceñido a su delgado cuerpo. Tenía el cabello suelto, cubierto de juguetones rizos castaños que armonizaban con el color de su piel muy blanco. Recuerdo haberla observado por unos segundo y luego, haber pensado que era idéntica a Julia Roberts en "Pretty Woman" (Mujer Bonita), pero más bonita.

Pensé en cómo eran en aquel entonces: parecían dos tórtolos enamorados que no podían estar más de un minuto sin andar entrelazándose las manos. Ella le decía "mi amor"; y él, fiel a ese laconismo congénito y familiar que tenemos en la familia la llamaba "Carlota" con el tono más dulce que su educación espartana y militar le permitía.

Ellos se divorciaron muchos años más tarde. Pero ese primer día quedó marcado en mi memoria. Cuando pienso como debe ser el amor pienso en ellos y en aquel momento: ella con su cabello ondeado, desafiando a nustras arcaicas tradiciones y al viento. Él, frente a ella, de pie como un militar vencido que regresa al hogar después de la guerra. Recordé luego, que años después se divorciaron, que ahora casi ni se hablan, pero me quedé por unos instantes con una porción muy pequeña de ese recuerdo, como si fuera el último pétalo de una flor que alguien hubiere deshojado por diversión y yo la recogiera para conservarla.

- La vez pasada salimos juntos-le oí decir. Me pareció la chica más bonita del mundo. Tiene unos rizos que me fascinan. Se parece a Julia Roberts, sólo que esta es blanca y la mía morena. ¿Sabes lo que hizo?

Levanté los hombros sin decir palabra.

- Me hizo un caprese. Ella misma. Con sus manos. Lo llevaba envuelto en una servilleta de esas que usan las mamás en la cocina. Fue uno de los mejores detalles que he recibido en mucho tiempo. Y sus aretes, debiste ver esos aretes plateados contrastando con su piel morena y sus rizos obscuros. Ese cabello...

Otra vez había dejado de oírlo. Pensaba en los detalles, esos detalles tan simples como un par de aretes, un pan caprese, una servilleta de papel envolviéndolo con ilusión y quizá hasta una pizca de cariño. ¿Dónde se perdieron los detalles? ¿En que momento uno pierde el amor?

Pensé en mi hermano viviendo en su casa de divorciado solitaria y enorme. Con un perro que le quedó luego del reparto de biene -ahora huérfano-, sin su vestido a cuadros, sin esos rizos que contrastaban con su pálida piel, sin ser más un Richard Gere para su Julia Roberts. Pensé en mi amigo. Lo miré a los ojos, fingiendo oír cada una de sus palabras aunque hace mucho había dejado de hacerlo.

- Vaya -le corté sonriendo. Definitivamente te espera un negro porvenir.

El me miró con el rostro muy serio por un largo tiempo. No sé si había oído lo que dije. No sé si pensaba en el caprese, en el par de aretes inmensos haciendo un perfecto contraste sobre aquella piel morena o en algún otro pensamiento que distría su mente. Pero sus ojos castaños reían.

lunes, 10 de mayo de 2010

Esa rubia debilidad

- "¿Diga? ¿Quien llama?"
- "Hola" -contestó. "¿No reconoces quién es? Soy tu rubia debilidad".
Hablábamos después de mucho tiempo, pero pude reconocer en el tono de su voz el mismo tono de niña buena que descubrí luego de algunas semanas de conocerla.
Siempre había tenido una visión perjuiciosa de las rubias. Quizá porque en mi colegio fiscal escaseaban o quizá porque de las pocas que conocí (y eventualmente me rechazaron en la universidad) no había conseguido que alguna reparara en mi.
Aquel día, la observé receloso apenas la destacaron para trabajar a mi lado en la oficina donde por entonces era un simple practicante.
No solamente la observé con recelo, sino que de inmediato cuestioné su idoneidad. Imaginé de inmediato que tendría más trabajo que nunca pero quizá sería interesante dármelas de profesor educando a la rubia.
Ella llegaba a diario en su auto (cosa extraña para mi condición de estudiante de carnet universitario y medio pasaje) enfundada en sus abrigos de colores (que siempre combinaban con sus carteras y zapatos) y cafarenas ajustadas y yo la observaba cada día con menos recelo. No era definitivamente como las demás rubias que había tenido oportunidad de conocer. Es decir, había algo detrás de su mirada ceñuda que me hacía vislumbrar que esos ojos dorados escondían algo que los demás no conocían.
Con el tiempo fui ganando confianza y por el contrario, ella fue acumulando algo de timidez. Timidez que escondía tras un bien atiborrado arsenal de miradas de hielo y respuestas lacónicas que siempre tenía prestas ante cualquier atisbo de coqueteo de los machos que pululaban por los alrededores de la oficina.
- Tienes una mirada de poto -le dije en alguna ocasión y ella había celebrado mi ocurrencia con una sonrisa.
Desde que ella llegó no faltaron las insinuaciones y las propuestas veladas. Mi existencia -hasta ese momento anónima- cobró notoriedad. Mi persona no se reducía a definir mi presencia en la oficina, sino que la misma se justificó porque me sentaba al lado de ella. Dejé de ser yo y me convertí en "su compañero".
De pronto los contratos eran firmados con agilidad, los rostros de los secretarios y técnicos - semanas atrás, adustos y amagados- fueron reemplazados por sonrisas y miradas vivaces. Parecía que la oficina entera se movía al vaivén del caminar de la rubia.
Solamente yo parecía ajeno a ese alboroto.
Había descubierto en ella algo que los demás no veían y vivía feliz con la idea de saber algo que los demás no.
Había descubierto que no era realmente rubia, sino mas bien algo castaña, de un tono entre cenizo y color pastel pálido. Pero lo más importante: había descubierto que la rubia tenía un corazón. Y una coraza.
Mi rubia me permitió conocer el corazón tras la coraza, visualizar su rostro tras la armadura, trayendo a mi memoria ese poema de Mario Benedetti, llamado también así:
"porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza"
Quizá de todos los que intercambiaron miradas y sonrisas con ella, fui el único que la conocí. Conocerla cambio mi perspectiva. De mi hacia los demás y de los demás hacia mi. Cuando voy por la calle y conozco una rubia, no desvío la mirada y la observo de reojo como estaba acostumbrado. Tampoco la prejuzgo. No veo un símbolo sexual ni mucho menos. No pienso que es tonta ni menos inteligente. No me siento menos pero tampoco más. En vez de ello, levanto el rostro y la observo de frente, con una mirada limpia y transparente. Y veo unos ojos que me miran, un color de cabello diferente al mío, moreno.
He comprendido que hay una diferencia entre lo que se ve y lo que no.
Quizá pueda ser también mi rubia debilidad -pienso.
Los demás veían a mi rubia como las rubias que acostumbraban visualizar en las revistas y el cine. Yo vi una mujer y una niña. Vi también una chica incomprendida y sentimental que necesitaba alguien que la sepa escuchar. Vi en conclusión a la persona que se ocultaba detras de esos cabellos rubios.
Hay una diferencia entre la rubia con la que sueñas y la que finalmente consigues. Mi rubia podría muy bien haber hecho suya aquella frase de Rita Hayworth, quien haciendo referencia a "Gilda", uno de sus personajes más famosos, señaló:
"Every man I knew went to bed with Gilda... and woke up with me"
(Cada hombre que conozco se acuesta con Gilda... y se despierta conmigo)

domingo, 9 de mayo de 2010

Es fácil estar triste, solo tengo que pensar en ti

Leí esto en el blog de una amiga y me pareció simple y brutal a la vez.
Solo tengo que pensar en ti y de inmediato mi estado de animo se transfigura. Me traslado de pronto de la tranquilidad a la nostalgia.
Me siento como aquel roedor que atiborraron de hormonas y encerraron en una jaula, hasta que finalmente sucumbió con el hocico pegado a la reja, sumido en su soledad y en la tristeza mas profunda.
No, ese roedor no merecía morir en prisión. Y la verdad yo tampoco.
Solo tengo que pensar en ti y de inmediato me siento vacío o incompleto, que es una forma similar de sentirse vacío: un vacío a medias.
Extraño tu mirada tan ajena y tus tan escasas sonrisas. Pero por sobre todo, extraño la manera tan particular que tenias de estar y no estar al mismo tiempo (incluso hasta hoy), sin que ello signifique -en tu caso- una contradicción, sino por el contrario, una característica de tu existencia.
A veces pienso como hubiere sido mi vida de no haberte marchado, que tanto de ella se habría mantenido y que porcentaje hubiera variado. Quizá seria una mejor persona de la que soy.
Pensar en ti definitivamente me hace daño, pero a la vez me proporciona una cierta dosis de serenidad el saber que todavía puedo pensar en ti, el saber que recuerdo que un día fuiste parte de mi vida, de mis días, con sus tardes y sus noches, con claros y grises, con sus mañanas tornasoladas y sus noches azules. Sobre todo azules.
Pensar en ti me deprime pero me hace saber que estoy vivo. Me hace cómplice de una orfandad que a veces me espanta y en ocasiones busco con necesidad apremiante.
Pensar en ti también me proporciona esperanza. Esperanza de un día volver a verte, de saber de ti, de escuchar nuevamente el tono de tu voz, el tintinear de tu risa. De creer -ilusoriamente- que también piensa en mi, de alguna manera, mas allá de los límites y del tiempo. Que aguardas. Que esperas. Que el tiempo pasa pero que no es inútil, que es sólo tiempo que transcurre, nada más.
Pensar en ti me hace creer que el final del camino lleva tatuado tu nombre.
Y el conjunto de todo ello me pone inevitablemente triste, blue, terriblemente blue. Por lo que está, por lo que se extravió en el camino. No obstante que en algún lugar tú sigues estando, ajena mi soledad y mis desvaneos. Tú de alguna otra manera, transfigurada, de un modo que mi entendimiento no llega a comprender, ni tan siquiera a vislumbrar.
En palabras de Sabina:

Yo tenia un botón sin ojal, un gusano de seda,
medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda,
una hispano olivetti con caries,
un tren con retraso, un carne del Atleti,
una cara de culo de vaso.
Un colegio de pago, un compás, una mesa camilla,
una nuez, o bocado de Adán, menos una costilla,
una bici diabética, un cumulo, un cirro, un estrato,
un camello del rey Baltasar, una gata sin gato.
Mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy,
las damas primero,
mi Cantinflas, mi Bola de Nieve, mis tres Mosqueteros,
mi Tintín, mi yo-yo,
mi azulete, mis siete copas,
el zaguán donde te desnude sin quitarte la ropa,
Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera,
mi lampara de Alí Babá dentro de una chistera,
no sabía que la primavera duraba un segundo,
yo quería escribir la canción mas hermosa del mundo.

Reformulo lo dicho en en el título con que iniciara este comentario:

Es fácil estar triste, pero mas triste es pensar en mi, sin ti.

sábado, 8 de mayo de 2010

Si fuera mujer

Esa ceja levantada. Esa sonrisa ladeada. Esa mirada entre burlona y romántica. Ese imagen de enamorado desesperado y de amante sin escrúpulos. Así imagino a Gable. Si fuera mujer, seguramente me hubiera casado con el.
Yo no tengo padre, es decir, aún cuando lo tengo, me he criado desde pequeño sin la presencia de una figura paterna. Resulta algo difícil explicar cómo fueron esos días, pero en reemplazo de un padre biológico al cual supongo no le importaba mucho mi existencia (a pesar que ambos llevamos el mismo nombre y apellido que nos identifica y me marca), tuve tres padres no biológicos que me brindaron todo el cariño que necesité: mi hermano y mis tíos Javier y Fico.
Ellos llenaron durante mi infancia la necesidad de afecto que mi corazón de chicuelo requería con sus juegos y mis risas. Quizá alguno fuera más duro que el otro, pero entre los tres construí la idea de la figura paterna que necesitaba. Entre los tres y alguien más.
Se llamaba Clark Gable y lo había descubierto actuando en Gone whit the Wind (Lo que el viento se llevó) en una versión en castellano que en alguna ocasión pasaron por la televisión local. Tenía en aquel entonces cerca de 8 o 10 años pero bastó aquella oportunidad para se presantese una fijación en mi por el que me hizo dudar de mi sexualidad por un instante.
Había algo en su mirada, en el tono de su voz (entonces en castellano), en la manera como levantaba esa ceja, en la forma como escondía su afecto detrás de una apariencia de hombre-que no-sufre frente a los coqueteos de Scarlett O'Hara en la película. Simplemente sucumbí ante el y lo declaré como mi modelo a seguir. El amor era de esa manera y no existía otra forma de comportarse que la del mítico Rehtt Butler en Lo que el viento se llevó. Había que guardar cuidado con las mujeres, pues estábamos prestos a ser víctimas de los desvanes y veleidades de su caprichoso corazón.
Fueron tiempos duros en los que me dediqué a ocultar mis sentimientos y a ensayar una sonrisa ladeada y una ceja levantada en actitud irónica, que finalmente se instaló como parte de mi personalidad sin que hasta la fecha pueda expurgarla de mi rostro. Pero yo no era Rehtt Butler y mi vida no era Lo que el viento se llevó, de modo que los años se encargaron de hacer que me diera cuenta de ello, pues mi manía de ocultar mis sentimientos y responder de modo burlón a cualquier situación en que estuviesen a punto de ser develados, me trajo más de una experiencia desagradable y triste que no es del caso comentar por ahora.
Baste decir que adopté el comportamiento pero yo no era el tipo. Y no había quizá más distancia entre Rehtt Butler y yo que la que existe entre un dinosaurio y un ratón. Está demás decir que yo no era el dinosaurio. Se dice que Marilyn Monroe estuvo siempre enamorada de el y que este a su vez fue el único hombre que no sucumbió ante los encantos de esta rubia debilidad (a pesar de la disposición de la rubia).
Su encanto y esa disposición de sus cejas al mirar trascendían las fronteras y los sexos. Se dice que Adolfo Hitler era su ferviente admirador, al grado que durante la Segunda Guerra Mundial (donde Gable combatió) ofreció una recompensa a quien lo capturara vivo y lo llevara ante su presencia.
Años después, luego de muchas lecturas (que incluyó la versión original de Gone with the wind) y muchas películas de Gable, de su personaje sólo me quedó la disposición de mis cejas y alguno que otro comentario sardónico que de cuando en vez escapa de mi cuando hablo, ajeno a mi voluntad y a mi control. He perdido más de una amistad y alguno que otro amorío por esa disposición de la ceja y aquel comentario burlón. Y en mas de una vez se me ha ido el corazón con el.
Mi madre me suele contar que mi padre era (es) un hombre muy apuesto. Debió ser demasiado apuesto, puesto que se casó con el a la tierna edad de 14. A veces imagino que debió haber sido una especie de Clark Gable de su época. Yo hubiere requerido un padre distinto, quizá mas parecido a Michael Landon en el papel de Charles Ingalls, en vez del actor de Lo que el viento se llevó.
Pero lo que si no tengo dudas es que de ser mujer, me hubiere enamorado sin remedio de el. No seria quizá como como Marilyn Monroe, pero me hubiere gustado ser como Carole Lombard que fue el amor de su vida y cuya muerte sumió a Gable en tal depresión que se enlistó en la armada para combatir a Hitler (quizá sin saber que Hitler no tenía ningún ánimo de combatir contra el).
Y probablemente me hubiere mirado de frente, hubiere ladeado su sonrisa, arqueado esa ceja y con la voz más sardónica del mundo hubiere hundido sus ojos negros en los mios, respondiendo con la única expresión que los labios de Rehtt Butler podía pronunciar frente a una solicitud de perdón de alguien a quien amaba hasta el delirio:
"Querida, eres tan inmadura. Crees que al decir lo siento todo el pasado puede corregirse"
Y luego, después de unos minutos de silencio y mi desesperada confesión de amor y mi actitud de espanto ante la inminencia de su partida y mi inevitable soledad ("Where shall I go? What shall I do?"), aún cuando su corazón correspondiera al mío, hubiere respondido con esa frase invencible del personaje de aquella película que lo coronó como mi ídolo y mi perdición:
"Frankly, my dear, I don't give a damn"
(Francamente querida, me importa un bledo)

domingo, 2 de mayo de 2010

Tengo recuerdos

Tengo recuerdos que me persiguen.
Recuerdos que me acechan todo el tiempo, agazapados, a la espera de un descuido para propinarme un zarpazo, una trompada de lleno en la mejilla, un imponente salto de grulla hasta sacarme del ruedo, hasta mandarme al vacío.
Tengo recuerdos que no me dejan ser, lo cual en sí es una especie de contradicción, pues somos personas hechas de recuerdos. No se puede ser, sin recuerdos.
Hay muchos tipos de recuerdos: algunos son inoportunos, llegan a ti cuando menos esperas; otros son más considerados y respetan horarios y costumbres. Algunos se acercan a ti con benevolencia; otros no muestran la menor compansión ni respeto por el lugar o las circunstancias. Algunos estan de paso y otros se enquistan en tu mente, convirtiéndose en parte de tu cotidianeidad. Algunos llegaron para quedarse, otros simplemente se marcharon de la misma manera como vinieron.
Algunos duelen, otros ya no tanto.
Pero de cualquier manera lo cierto es que tengo recuerdos. En mi día a día, en mis sueños. Sobre todo en mis sueños. Allí es donde los recuerdos se apoderan de mi y me convierto en una presa fácil, en una blanda carnada con la que salen de pesca, haciéndome víctima de sus juegos existenciales.
Tengo recuerdos que no cesan de taladrarme al oído su existencia.
Tengo recuerdos que también son personas. Personas que te recuerdan un recuerdo que pensaste haber olvidado o no quieres ya recordar. Personas que que muy a su pesar -y al tuyo- representan el rostro inefable de un recuerdo que permanece constante, detrás de sus pupilas y en medio de sus corneas - que en algún momento vieron contigo, eso que prefieres ahora olvidar-, deslizándose entre sus sienes, entremezclándose en su cabello, cayendo finalmemte la vacío.
Tengo recuerdos que anulan personas y personas que hacen lo propio con los recuerdos. Conozco personas que no quieren recordar, otras que no recuerdan ya. Sé de personas que prefieren simplemente callar, decir "no recuerdo", que optaron por amordazarlos, por extrangularlos, por colocarlos en el rincón mas obscuro de su habitación, donde apenas llega la luz, abandonándolos a su suerte , sin darles la esperanza de ser encontrados. Sin darles la oportunidad de decir "aquí estamos".
Conozco personas que viven una farsa. La farsa de no tener recuerdos.
Tengo recuerdos que no quiero olvidar y recuerdos que preferiría no estar recordando mientras escribo esto. Tengo recuerdos y recuerdos, unidos, entremezclados. Tengo recuerdos fusionados, recuerdos lisiados, recuperados, rencauchados, recuerdos que no quieren ya ser recordados.
Tengo recuerdos que me recuerdan a diario que debo recordarlos.
Nada graba tan fijamente en nuestra memoria alguna cosa como el deseo de olvidarla
Montaigne.

No puedo escribir de amor

"Lo que no nace no crece", sentenció un conocido mío hace ya cierto tiempo, luego de una agradable conversación en la que, entre otros detalles, compartimos alguna de nuestras cuitas.
Algo similar me sucede con lo que escribo. Por una extraña razón que va más allá de mi entendimiento y de mi voluntad, no puedo escribir del amor.
Sencillamente me siento frente al computador y mis manos teclean como dos arañas bailoteando sobre el tejado, sin que mi voluntad las gobierne. Ellas viven para sí y de la misma manera escriben solas.
A veces yo mismo me sorprendo de lo que he escrito una vez que termino con ello. No sé como llamarlo, pero lo cierto es que no parezco estar hecho para los finales felices. Quizá sea una especie de pesimismo congénito o una escasa vocación para la felicidad, pero la verdad sea dicha no soy un ferviente creyente de un planeta donde las cosas terminan de la mejor manera.
Quizá sea esa una de las razones por las que odio a Paulo Coelho. Desconfío de esos escritores que creen que con un par de palabras te pueden componer la vida. ¿Quien ha dicho que la literatura tiene esa finalidad? En todo caso ¿la tiene? ¿es necesario que la tenga?
No pretendo ser un cuestionador. Tampoco inventar teorías nuevas que ni yo mismo acabo de comprender. Sencillamente no creo en una historia que se reduzca de manera irreductible a un final feliz. No creo por ende en las historias ni los poemas que hablen de amor, todo lo cual es irónico porque crecí escuchando poemas de Miguel Ángel Buesa y Federico Barreto en mi habitación, cuando mi hermano mayor regresaba por las noches, henchido de un romanticismo juvenil después de alguna cita cautivadora.
Repito: no puedo escribir de amor. Hay cosas que las personas no podemos hacer. Algunos no saben nadar, otros aún no aprenden a patinar. Yo por ejemplo no se cabalgar. Tampoco se cómo se escribe de amor. El nombre de este blog por ejemplo es una muestra de ello. Soy de las personas que comparte la idea que uno no escoge sus temas. Uno es aprehendido por ellos y se convierte simplemente en un interlocutor de otras voces.
Detesto los finales felices. Prefiero aquellos finales que me sorprenden, aquellos que me llevan hacia algún sitio (al menos eso me hacen creer) y cuando menos lo esperas, se sientan en tu cara y te escupen en el rostro terminando de borrarte la sonrisa que iniciabas. Hay algo de amor también en el destilar de un suave pedo.
La tristeza y la soledad son mas que un par de palabras. Encierran además el secreto de sabernos vivos. Hay algo de sublime también en ello. Yo prefiero un final triste a uno alegre. Prefiero un cuento de odio a uno de amor. Aunque haya algo de amor en cada uno de ellos...
Estoy solo. Por lo tanto, existo.
Odio. Por lo tanto tengo la capacidad de amar.