viernes, 30 de abril de 2010

Tormento Chino

"¿Acaso soy un tormento para ti ?", preguntó.
Y mientras terminaba de formular su pregunta, mi mente empezó a trabajar una respuesta que satisfaciera sus expectativas y las mías.
"No eres un tormento -le dije- pero a veces pareciera que te esfuerzas en hacerme la vida difícil".
Su mentón se puso tenso y sus ojos chinos se entrecerraron aún más. No había que ser mago para darse cuenta que mi respuesta no le había gustado en lo más mínimo.
Pero era cierto. Me ocurría una vez más, como una espiral dialéctica: mi necesidad de soledad me enfrentaba una vez más con una necesidad distinta a la mía.
"Tú no me quieres", concluyó.
No tenía que ver con sentimiento. Desde pequeño me acostumbré a disfrutar de momentos espaciados de soledad. Jugaba solo, me divertía solo, leía solo. Ya de grande esa necesidad de soledad fue interpretado de muchas maneras: para algunos era una especie de nisántropo, para otros una persona con escasa capacidad de compartir con los demás. Una especie de lobo estepario de nuestra época.
El hecho es que nadie parece entender que me gusta almorzar solo, por ejemplo en el trabajo. No pertenezco a esa suerte de manada que requiere de compañía a la hora del almuerzo. "¿Subimos". Y la manada completa se moviliza hacia la mesa elegida donde comparten el almuerzo y alguna que otra confidencia. "¿Bajamos?". Y la manada se desplaza otra vez hacia sus lugares. "¿Nos vamos ya? (a la hora de salida) y la manada se reune una vez más para dirigirse hacia sus hogares.
Yo, contrariamente a ello, me encierro en mi gabinete, alisto mis alimentos con parsimonia y me deleito con el regalo exquisito de mi soledad. No me considero un nisántropo, pero hay algo mas que me impulsa a veces a desear estar solo: solo con mi soledad, como leí en algún recorte periodístico.
¿Como contradecir tan lapidaria conclusión ahora? Decirle "Lo siento" no era lo más recomendable en ese instante, hubiere significado renunciar lo que tanto me había costado obtener. Permanecer en silencio tampoco era lo adecuado, era como otorgar, como ceder una porción de mi irreductible libertad.
"Te quiero -le dije- pero debes entender que también disfruto estar solo".
"¿Y acaso no puedes estar solo conmigo? - me dijo.
Me quedé en silencio. Había lanzado su pregunta y la verdad me había quedado sin respuestas. La miré de frente a los ojos chinos que me observaban fijamente.
"Estoy solo contigo todo el tiempo", balbuceé.
No sabía bien lo que había dicho. Había allí más de un significado oculto. Pero a ella pareció no importarle. No sé bien lo que entendió pero una delgada sonrisa asomó a su rostro, me apretó en un fuerte abrazo y comprendí que me había salvado.
"Eres mi tormento chino", le dije e inció una carcajada que nos acompañaría por el resto del camino.

Sabes que escribo para ti

"Sabes que escribo para ti", me dijo.

Y esa sola frase fue lapidaria y me motivó una vez más a releer cada resquicio de tus escritos -de cabo a rabo, como dirían las abuelas- intentando descubrir alguna frase escondida, algun mensaje oculto o cifrado entre los diálogos de tus personajes, algun desenlace que se pareciera al tuyo, al mío, al de ambos.

Intenté escuchar una voz que me hablara que me dijera algo a mi y solamente a mi.

"Sabes que escribo para ti", me dijo.

Y saberlo fue como la anticipación de una tortura. Una especie de admonición que me convertía en un condenado, un prisionero de cada una de tus letras, expectante de cada nueva publicación, de cada nueva palabra, de cada poema, de cada imagen.
"Sabes que escribo para ti", me dijo.

Y escuché cada palabra como un condenado que va oyendo su condena y la sabe definitiva, sin ninguna chance de intentar un escape, con la certeza de no poder huir más, de tu existencia, de tus recuerdos (que también son los míos), de tu mesa de madera tallada que amaba, de la biblioteca de tu abuelo en la que nos ocultamos del Derecho y del mundo, del fantasma de tu gallo mirón observándonos detrás de la ventana de tu habitación, de tus grititos histéricos, de tus sonrisas ensordecedoras, de las oquedades de tu corazón.

jueves, 29 de abril de 2010

Degas y el Zorro

Gran parte de mi vida se ha desarrollado a la par de mi admiración por los cuadros de Degas. Hay algo en ellos que simplemente me conmueve hasta el punto de hacerme suspirar como una muchacha enamorada de su primer amor. Me cautivan sobre todo sus bailarinas - pequeñas motitas de algodón pastel- flotando en la inmensidad del vacío.

Recuerdo que en alguna ocasión me obsequiaron un pequeño libro que contenía las principales pinturas de los impresionistas, entre ellos, Degas. En ese libro (que ahora despues de mucho tiempo caigo en la cuenta, extravié) pude descubrir el sinnúmero de bailarinas de ballet que Degas pintó.

Yo no bailo ballet. A decir verdad tampoco ando muy bien dotado para los demás ritmos musicales. Pareciera que desde pequeño el ritmo y movimiento que ello requiere me hubiere sido negado. Pero desde que tengo memoria he admirado a la gente que sabe hacerlo de la mejor manera posible.

En alguna ocasión conocí alguien que bailaba ballet. Tenía todo lindo salvo los dedos de los pies. Me explicó que las bailarinas requieren apoyar todo el peso de su cuerpo en las puntas de los dedos de los pies y que con el tiempo estos se terminan deformando y encalleciendo.

Recuerdo que de pequeños mi madre solía matricularnos a mi hermana y a mi en "vacaciones útiles" y que en alguna ocasión instó a mi hermana mayor a estudiar ballet. De aquellos días, guardo pocas imágenes en mi memoria, salvo la de los pies de mi hermana enfundados en unos zapatitos de ballet negros con hebillas marrones que en nuestro argot familiar denominábamos "chinitas".

A veces pienso que las bailarinas de Degas son como esas personas que van por la vida ocultando a los demás algun aspecto su personalidad que consideran vergonzoso los ojos del mundo: entonces muestran únicamente el oropel de sus vestidos tutú, la blancura inmaculada de sus trajes, la sinuosidad de sus movimientos o las preciosas zapatillas "chinitas" envolviendo un par de dedos horribles. Horribles a sus ojos, pero que en realidad representan nuestro yo mas interno, mas personal, aquel por el que nos avergonzamos frente al resto, por el solo hecho de hacernos sentir vulnerables, en fin, humanos.

Miro nuevamente las bailarinas de Degas y pienso una vez más en su belleza. Quiza la verdadera belleza no este en lo visible sino precisamente en aquello que ocultamos, en aquello que no se ve, en aquello que nos identifica de los demás haciéndonos sentior autenticamente humanos y que nos convierte en: un escritor nóvel, un cantante desafinado, un orador vergonzoso, un coleccionista de estampitas, un lector de novelas de Isabel Allende, un poeta de poemas de amor, un bailarín desprovisto de ritmo, un coleccionista de atardeceres.
Como dijo mi buen amigo el Zorro, resumiendo: lo esencial es invisible a los ojos...
Me gustaría ver un poco mas seguido lo esencial de las personas.

jueves, 22 de abril de 2010

Norma Jeane Baker

Hoy me he quedado en vela hasta muy entrada la madrugada, mirando antiguas fotografias tuyas, descoloridas por el tiempo y por lo años. Intentado descifrar algo en algun resquicio de las arruguitas que comenzaban a dibujarse en tu rostro (descubri dos).

Hoy descubri que eras tambien humana, que llevabas un corazon detras de la coraza. Hoy pense demasiado en ti.

Vi algunas fotografias tuyas, ineditas decia la pagina de donde las extraje. Pense en las demas fotografias, aquellas que aun pernanecen ocultas, donde luces sonrisas sin coqueteos y poses sin aires de diva fatal.

Pense en la historia de tu muerte una vez mas, en la forma en que decian te hallaron, desnuda sobre tu amplia cama, con la mano estirada hacia el telefono como en actitud de llamar a alguien y pense en aquel poema de Cardenal, diciendo "contesta tú el teléfono".

Pense en contestar esa llamada aquel 5 de agosto de 1962 , en decirte algo el oido (quiza muy poco). Pense en que quiza pudimos ser amigos, sin oropeles, sin maquillaje. Solo Norma Jean en vez de la Marylin que todos creian conocer. Pense en que quiza ella seria como tu, a diferencia que tu llegaste a 36 y ella tan solo a 26. Pense muchas cosas.

Imagine tu timidez escondida y la mia expuesta a flor de piel. Mi ingles chapurreado y tu castellano inintelegible. Imagine ser yo el que llevaba sobre el regazo esa guitarra aquel dia, intentando rasguñar la veitiunica melodia que aprendi desde muy chico.
Yo no era Joe DiMaggio, ni Arthur Miller, pero tu sonreias... y tu risa era mas fresca y natural que nunca.